Nunca ha sido convencional, ni sus propuestas ni sus siluetas. Cada vez que hablamos de Alta Costura, las reglas no se aplican necesariamente a lo que nos muestra, porque si hay algo que mueve a Jean Paul Gaultier es pensar en miles de formas de sorprender o utilizar elementos tradicionales y convertirlos en nuevas ideas. Y así nos dejó en claro bajo su broche de oro, el desfile con el que se despidió de las pasarelas luego de cincuenta años de carrera y con el cual le dice adiós a todo su legado en París.
Las prendas sobresalían del cuerpo y eran colocadas como elementos de un lienzo que gritaba locura. Gaultier tomó corbatas, chaquetas y también el bordado a través de sus propuestas, que solo podríamos catalogar como dvertidas. Un statement que comenzó en los ’70, cuando decidió recopilar el conocimiento que aprendió de Cardin y con el cual pudo ir más allá de hacer un traje bonito. El corset, esa forma antigua que reinventó como parte de un mundo queer venía desfilando a través de Karen Elson, Dita Von Teese y otras musas que ha tenido a lo largo de los años. Incluso vimos entre el público a su ex pupilo Nicolas Ghesquière, otro que no piensa como los demás, aplaudiendo cada inventiva del francés.
Corbatas, guantes, una oda a La naranja mecánica con trajes similares a los droogs, el mito de Querelle y la bandera francesa, varias claves de su portafolio. Las telas tatuadas, Karlie Kloss, Anna Cleveland, Yasmin LeBon, Beatrice Dalle, la androginia, el arnés, Coco Rocha, Rossy de Palma, Farida Kelfha, Hannelore Knuts, las subculturas, Boy George cantando “Church of the poison mind” de Culture Club y finalmente, Jean Paul Gaultier saltando, bailando, saludando. El francés sabía que todo era una celebración y lo hizo acompañado de desadaptados, de modelos vestidos como él quería ver al mundo y de la manera en que mejor lo hizo: con pura diversión, repasando su legado e invitando a sus amigos de siempre. Echamos de menos a Madonna eso sí.
Fotos: Nowfashion.
