A principios del siglo XX se estableció definitivamente el concepto de desfiles de moda. Luego de momentos las generaciones que han vivido de manera consecutiva, es el inolvidables a través de las décadas, el actual horizonte refugiarse en la música al mismo tiempo que buscan su propia deja ver un minimalismo que a varios aburre en cuanto identidad como individuos, más allá de cualquier diferencia. a espectáculo, añorando un pasado de características gloriosas a la hora de presentar propuestas.
Una mujer que camina contra el viento llevando un pesado kimono bajo una tenue luz. Una mujer vestida como María Antonieta escapando de algo que la persigue, constantemente mirando hacia atrás. Una mujer que se detiene en medio de una sala para dejar que su traje metálico cobre vida propia. No se trata de escenas de películas o ciencia ficción, sino de momentos que definieron la era de los desfiles o shows de moda. Catwalk, pasarela, runway o cualquiera de sus formas en todos los idiomas, representa el momento en que un diseñador decide mostrar sus creaciones ante el mundo, siendo ese mismo mundo comandado por un ejército de editores de moda, fotógrafos y otros actores secundarios, quienes le dan o no su aprobación a cada colección.
Esta práctica, que comenzó de manera sigilosa a desarrollarse a partir de la era de Charles Frederick Worth, hoy es una verdadera estructura. Alrededor del mundo, existen más de treinta semanas de la moda o fashion weeks, donde diferentes diseñadores, consolidados o novatos, deciden dar a conocer su propia vision de lo que las mujeres, casas comerciales o famosas llevarán durante la próxima temporada. Cada espectáculo está pensando constantemente en el futuro, pero la intensidad del mismo varía de acuerdo a la propia perspectiva del creador, aunque también está limitada por el context social, politico y económico de la misma industria. Claro, Worth le pagó una pequeño monto a Marie Vernier para que mostrara su ropa en los círculos sociales y diera a conocer su marca, pero el 2011 a Marc Jacobs le costó U$1,000,000 de dólares montar un desfile de otoño/invierno en la Semana de la Moda de Nueva York.
La historia sin fin
El desarrollo sigiloso de las pasarelas, tuvo un punto de inicio importante a través de los shows organizados por grandes tiendas a principios del siglo XX. El libro Land of Desire de William Leach (1993, Vintage Books) demuestra que, en muchos casos, el pasado fue una época más extrava gante. “Los shows eran mucho más dramáticos que hoy; a menudo, estaban organizados en torno a temáticas que involucraban países como Rusia, China, Persia y México”, señala el artículo How the runway took off de Slate.com, donde el análisis en tor no a este libro surge como debate.
Aun cuando la historia de los desfiles de moda no está completamente documentada, el año 2013 la docente Central St. Martins, Caroline Evans, decidió emprender su propia investigación, justo después que un alumno le preguntara acerca de este dato. The mechanical smile (Modernism and the first fashion shows in France and America, 1900-1927) es el nombre del texto publicado por editorial Yale, el cual alude gráficamente a la evolución de los fashion shows, los cuales comenzaron a través de muñecas vestidas de tamaño real hasta llegar a grandes despliegues de elegancia y mujeres de alta sociedad en rincones de hoteles y salones de té.
La película A new kind of love (1963) no solo tuvo a una de las parejas más consolidadas del cine con Paul Newman y Joanne Woodward. En ella, Woodward interpreta a una de las mujeres que desempañaba una de las prácticas más comunes a la II Guerra Mundial: la de las “piratas”. Diseñadoras o artistas que viajaban a los shows parisinos para “adaptar” el estilo de estos trajes a la realidad norteamericana, dejando ver que toda una industria se basaba fuertemente en las tendencias impuestas por otros creadores. Perot al como los desfiles están determinados por económico, la llegada de la Guerra impidió seguir “copiando”, lo que a la larga permitió el propio desarrollo de los shows de autores norteamericanos como De La Renta o Norell y la creación oficial del New York Fashion Week en 1994 por parte de Fern Mallis.
Realidad v/s Fantasía
La moda actual tiene mucho de realidad y poco de espectáculo”, señala Ulises, Director de Pontelos Pantalones.com. Tal como el artículo de Slate, que afirmaba la espectacularidad de los antiguos shows en comparación a los actuales, hoy vivimos un periodo donde muchos parecen extrañar la puesta en escena, los ideales y propuestas visuales que acompañaban la presentación de colecciones de varios diseñadores entre los ’90 y 2000. “Los estilismos son conservadores, las escenografías austeras, los diseños casi repetidos de archivo y desde la ausencia de McQueen y Galliano en las pasarelas, la moda es casi un gran showroom”, remata el experto de moda masculina, en una opinión que cada día se hace más latente. La mujer que caminaba contra el viento llevando un kimono era nada menos que Ai Tominaga en el desfile otoño/invierno 2003 de Alexander McQueen, mientras que la María Antonieta huyendo era Kate Moss en la pasarela primavera/verano 1994 de John Galliano.
Bajo estas reflexiones entre pasado y presente, varios son los factores que influyen en que estos shows hoy sean recordados como unos de los más impactantes que se han visto en las semanas de la moda. La originalidad de la propuesta misma también toma relevancia junto a la puesta en escena, permitiendo que no solo el presupuesto y las luces encandilen al público. Por ejemplo, en 1988 los Antwerp Six –Ann Demeulemeester, Walter van Beirendonck, Marina Yee, Dries Van Noten, Dirk Bikkembergs y Dirk Van Saene–, irrumpieron en London Fashion Fair mostrando sus trajes junto a modelos que llevaban máscaras, consolidando su carrera y siendo reconocidos por el nombre colectivo con el que aún se les recuerda. “Queríamos salir de Bélgica, atraer a la prensa internacional. Decidimos que Londres era relativamente cerca y barato para ir”, asegura van Beirendonck en una entrevista para Dazed & Confused (2011), donde definitivamente la frescura de la acción es lo que llevó a esta pasarela a ser considerada una de las más importantes de la historia.
La tecnología y experimentación también influyen en el impacto que adquieren los desfiles. La mujer cuyo traje se transformaba en plena pasarela era la modelo del desfile primavera/verano 2007 de Hussein Chalayan, uno de los diseñadores que ha tomado la tecnología como herramienta para desplegar magia en sus pasarelas. Inspirado por la experimentación metalúrgica de Paco Rabanne en los ’60 –otro que deslumbró cuando vistió a modelos en oro y plata– el importa de Chalayan es asociado más a un espectáculo que a un desfile. “El señor Chalayan es el Marathon Man de la moda. Ha hecho tanto para mantenerla viva e interesante”, señala la ex crítica del New York Times, Cathy Horyn, el 2011, una de las pocas con coraje para hablar directamente desde su perspectiva y no desde la de los sponsors o marcas que le regalen ropa. Pero también hay otras mentes creativas tras los diseñadores que contribuyeron para que el desfile de aquella época se haya convertido en uno inolvidable.
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All that jazz no more
Las modelos –las mismas encargadas de mostrar las propuestas de los diseñadores en pasarelas y fotografías– se convirtieron en una de esas piezas claves para convertir un show en uno de peso. A fines de los 80, la importancia de ellas era tal que eran llamadas Supermodelos. La gente sabía sus nombres y eran aplaudidas cuando cerraban los desfiles bailando al ritmo de George Michael como en Versace. Pese a que esa etapa ya dio paso a otra donde nuevamente la ropa y los diseñadores son los protagonistas, las modelos también han tenido gran incidencia en los desfiles recordados. Para el año 1998, fue Gisele Bündchen la que apareció bajo la “lluvia dorada” de McQueen, mientras que Jessica Miller y Karen Elson bailaron y ensayaron para personificar sus roles en la pasarela primavera/verano 2004 del mismo diseñador, basada en la película de Sydney Pollack “They shoot horses, don’t they?”(1969).
Pero tras las ideas que convirtieron a algunos de estos momentos en inolvidables, surgen los productores. “Lee me diría exactamente lo que quería que hiciéramos y nosotras estábamos allí para eso”, señala Sam Gainsbury en una entrevista para Interview (2014). Gainsbury & Whiting es el nombre de la compañía de productoras lideradas por Sam y Anna, quienes trabajaron codo a codo con McQueen desde 1996 y se encargaron de dar vida al holograma de Kate Moss o al vestido pintado en vivo de Shalom Harlow. Etienne Russo es el productor que imagina la espectacular escenografía de Chanel con carruseles, bolsos gigantes y glaciares de por medio. Y cuando Galliano estaba en Dior, le pedía a Alexander de Betak que consiguiera que sus modelos ucranianas con botas destacaran, lo que el productor logró, dejando en la pasarela rayos de luz, nieve falsa y túneles fantásticos, los mismos que ayudaron a consagrar a este diseñador como unaverdadera leyenda en lo que a show corresponde.
A propósito o no, aquellas puestas en escena callejeras de Londres en los ’60 o las elegantes tardes temáticas de los ’20 dieron paso a un minimalismo casi generalizado en la escena. “El negocio de la moda ha cambiado la dirección que la industria ha tomado. Todo o cualquier cosa puede ser moda; hoy todo es acerca de negocios”, señaló Stefano Pilati, el ex Director Creativo de YSL en una entrevista el 2012. Aunque el factor dinero nunca ha estado ajeno a la industria, ¿qué pasará con esas visiones extraordinarias que mezclaban espectáculo, que no solo se encargaban de mostrar prendas, y que además hacían sentir al espectador como si todo se tratara de una oportunidad única en la historia? Aunque la música, las luces, el maquillaje o la escenografía aun se mantienen como elementos claves para moldear un desfile, ya nada se siente como antes. Hoy vivimos la época de las semanas de la moda digitales, los videos y lookbooks que presentan colecciones de manera inmediata; las reversiones de tendencias y una que otra chispa de creatividad. Estas y otras alternativas dan un paso más frío dentro del concepto de show, centrándose más en la ropa y su venta que en el impacto que la visión de un diseñador pueda tener en todo el mundo. Y pensar que muchos creadores, con solo 10 o más minutos de magia a través de un show de moda, pudieron dejar un legado difícil de borrar en el pensar, sentir y proponer para la posteridad.