Relojes derretidos, elefantes con patas kilométricas, castillos flotantes, cosas que no son lo que parecen a primera vista: Dalí impregna en cada una de sus pinturas el encuentro más profundo de su inconsciente con la realidad consciente, y logra imponerse en la corriente surrealista desde lo más sublime.
De manera más desconocida, Salvador Dalí disfrutaba de un profundo interés por el mundo de la moda. Conoció y compartió reuniones con grandes iconos que lo inspiraron a diseñar, tales como Coco Chanel, Elsa Schiaparelli o incluso Christian Dior.
Dalí poseía una idea sobre el cuerpo femenino que lo hacía ver el diseño desde una perspectiva muy particular. Veía la anatomía de la mujer como un “objeto desmontable”, lo cual es fácil de ver en las distintas obras y confecciones que realizó (desde maquillaje y botellas para perfume, hasta vestidos, joyas y sombreros estrambóticos).
Trabajó codo a codo con la modista parisina Elsa Schiaparelli, junto a la cual diseñó el “Vestido langosta” y la “Chaqueta afrodisiaca”, así mismo como joyería para mujeres: “El ojo del tiempo” y “Labios de Rubí”. Para Elsa fue que diseñó y fabricó un único y excéntrico zapato-sombrero, el cual causó escándalo en las calles parisinas cuando la diseñadora salió a lucirlo fuera de su casa.
Hacia 1981, inspirado en su propia obra “Aparición del rostro de afrodita de Knidos en el paisaje” diseñó la botella para su perfume “Homme et Femme”.
Su máxima inspiración para esta y sus demás creaciones la encontraría en su compañera de vida y musa: Gala (apodo de su esposa Helena Diakonova), quien fuera además su relacionadora pública personal.
Eran de por si una pareja que llamaba la atención. Dicen los rumores dejados por los paparazzis de la época que Dalí solía llevar pañuelos al cuello, camisas que salían de su pantalón y trajes con chaleco que habrían sido confeccionados por los más excelsos sastres de Milán, Londres y Paris. Eran de acudir a fiestas y celebraciones en la Rivera Francesa, New York y París, en estas ocasiones en traje más elegante: un smoking de pajarita blanca o negra, pañuelo al bolsillo y una flor blanca en la solapa, y por supuesto con su fiel compañero: el bastón negro con mango de plata.
Por su parte, su musa inspiradora utilizaba largas faldas de seda combinadas con chaquetas cortas, abrochadas de manera cruzada, así como al estilo Napoleón, y siempre acompañada de pequeños bolsos en forma de sobre.
Pero fuera lo que fuera lo que vistieran, lo más llamativo era el bigote de Salvador. Su autoimpuesta moda lo hacía único, se pusiera lo que se pusiera, denotando su genialidad y locura estampada en sus obras y su vida.