El otro día me quedé pensando acerca de algo que siempre he escuchado por ahí y que tiene relación con que la moda es algo superficial y que no es nada más que trapos sobre el cuerpo. Pero, ¿acaso estos trapos no son elegidos por cada uno de los que los lleva puestos?, por lo tanto, no debe ser algo por mero azar. Si nos detenemos en las tribus urbanas como los pokemones o las lolitas el mensaje que nos traspasan es totalmente diferente al que nos provoca observar a un gótico, punk, pelolais o hippie, por lo que a simple vista podemos entender las diferencias existentes para cada ser.
Si bien tengo clarísimo que las tendencias se predeterminan con estudios prospectivos que incitan al uso de determinados colores, texturas, formas y cortes, el hecho que elijamos un negro y no un verde representa un gusto propio. Ya que las decisiones, opiniones, gustos y estilos que hemos desarrollado con el tiempo tienen directa relación con lo que somos, con nuestro yo y nuestra forma tanto consciente como inconsciente de desarrollarnos. Y me pregunto ¿qué pasa con la extensión del yo expresada diariamente en nuestros gustos, colores, formas simbolizadas a través de nuestra vestimenta?
El fenómeno del vestuario o indumentaria, a menudo es visto y abordado como un tema superficial y frívolo, sin embargo, constituye un tema relevante desde el punto de vista antropológico y psico-sociológico. Tanto desde la mirada individual como social, el valor simbólico de la ropa en una interacción armónica con las otras modalidades de la comunicación no verbal forma un lenguaje visual bien articulado por las múltiples implicaciones psicosociológicas y culturales que nos rodean.
Desde que surgió el concepto de lenguaje no verbal el mundo se vio envuelto en un cambio importante, ya que aunque se no se comunicara verbalmente, siempre se estaba comunicando, y dentro de la misma línea, el simbolismo y los códigos sumaron importancia para el desarrollo de los diferentes tipos de comunicación.
El ser humano desde los inicios ha implementado elementos para cubrir su cuerpo, ya sea por el clima o por normas establecidas por su grupo de pertenencia. En un comienzo el vestuario o los atuendos que se utilizaban para proteger el cuerpo tenían más relación con creencias, magia, símbolos y misticismo que por otra cosa, por ejemplo si se usaban pieles de osos o leones el poder de estos animales se traspasaría a quienes las usaran, o en el caso de los amuletos entregaban protección divina para asegurar salud, alimentos y riquezas. Con el tiempo se les dio significados que diferenciaban género, clase social, localización geográfica, trabajo y actividad.
Para Gianfranco Morra, “en un sentido más amplio; la moda es un conjunto de comportamientos significativos que expresan los valores característicos de una época y entran en decadencia junto a ella; en un sentido más estricto constituye la forma de vestirse, de mostrar y ocultar el propio cuerpo. Como conciencia colectiva la moda, con su dialéctica de identificación y de diferenciación, ejerce una presión sobre la conciencia individual”.
La presente naturaleza del vestir parece apuntar al hecho de que la ropa o los adornos son los medios mediante los cuales los cuerpos se vuelven sociables y adquieren sentido e identidad. Nuestra manera de vestir es una forma de comunicarnos con el mundo de manera no verbal, nuestra primera impresión se da desde el primer contacto visual, en donde a través de nuestro vestuario, gestos y comportamiento generamos un mensaje que representa lo que somos en determinado momento y generalmente es más inmediata que a través de la comunicación verbal.
La importancia que implica el conocer nuestros cuerpos y saber qué es lo que es adecuando para nosotros a la hora de optar porque usar, requiere una integración de la autoimagen y una clara visión de lo que somos, muchas veces, vemos gente en la calle que aun cuando son adultos se visten como jóvenes o viceversa, y el anacronismo es un claro acto de posible escisión de la autoimagen, al menos.
Citando a Squicciarino, “La extensión del yo se entiende a través de aquellos elementos de la indumentaria que mantienen una estrecha relación con el cuerpo, nuestras percepciones visuales y táctiles se prolongan más allá de nuestra figura creando una ilusión de aumento (…) La transmisión de nuestras percepciones corporales sobre los objetos modifica el nivel de percepción general de modo más o menos relevante en función de la extensión y la forma del elemento ornamental, así como de la rigidez o movimiento que éste proporcione”.
“Por ejemplo, una de las formas de extensión del yo que se obtiene a través del vestuario, las más frecuentes tiende a potenciar la altura: a una dimensión más grande del propio cuerpo va unida una sensación de estima muy importante para la conciencia de uno mismo, que se forma ya con las primeras experiencias del niño cuando este se compara con los adultos.”
Toda elección, consciente o inconsciente tiene referencia con lo que somos, formas, colores, cortes, expresan cómo nos sentimos, cómo nos queremos sentir, y cómo queremos ser percibidos. Los colores han sido leídos e interpretados desde que se comenzó a diferenciar el día de la noche. La luz del sol favorecía la actividad y la oscuridad invitaba al sueño. Es por esto que para entender un poco más cómo nos podemos percibir, ver o entender comenzaremos a hacer primero una revisión por los colores, lo que nos llevara un par de semanas, y poco a poco iremos desglosando las diferentes aristas que nos permitirán conocer un poco más la extensión de nuestro yo y la forma que usamos para representar –nos ante el mundo.