Elena Caffarena arribó en mi hacer gracias a mi amigo Gastón. Un día hace algún tiempo, él me invita a tomar té en las tazas Bauhaus de su bisabuela, yo, llena de curiosidad por la exclusividad de la tenencia, le pregunto que quién era ella, él responde: “la primera garconne chilena”. Al paso de un par de días, en un bar cercano a casa, encuentro una imagen (aquella que encabeza este artículo) que me sobrecoge tremendamente por la actitud de la retratada. Me acerqué a leer el texto que la acompañaba y grande es la sorpresa al observar que se trataba, nada más ni nada menos, que de Elena. Inmediatamente busco información sobre ella, encontrando que, bajo la mirada de historiadores y humanistas contemporáneos, es una de las mujeres más relevantes de la historia chilena del siglo pasado, pues dedicó gran parte de su vida a luchar por la emancipación femenina. Al leer aquello, mis ganas de saber sobre ella se multiplicaron infinitamente.
Descubro lo siguiente: nace en Iquique el 23 de Marzo de 1903. Hija de Blas Caffarena, inmigrante italiano y de doña Ana Morice, desarrolló sus estudios en el Liceo de Niñas de Iquique, finalizando su enseñanza secundaria en el Liceo Nº 4 de Santiago. Al terminar su primer proceso de formación, es incentivada por su padre a viajar dos años a Europa para “conocer el mundo”, destacando en este hecho que fue enviada sin escolta, situación absolutamente particular para la época. Es en esta experiencia que Elena se empapa de la realidad de la mujer europea, cuya inserción en la sociedad como ente político e intelectual era un hecho. Al regresar a Chile vuelve con la intención de trabajar al respecto, ante lo cual decide estudiar derecho en la Universidad de Chile, siendo parte de la segunda generación de mujeres que ingresa a la Escuela (las cuales estudiaban con uniforme y rodeadas por cortinas en la sala de clases, para no “desconcentrar” a los hombres): es desde allí que comienza a defender los derechos de la mujer y la igualdad de género. Tras su graduación, en 1926, se convirtió en una de las primeras 15 mujeres del país en titularse de abogada. Su matrimonio con Jorge Jiles, efectuado en 1929, no disminuyó su ímpetu e, incluso, él, desde su condición de jurista, también la ayudó en su intención, cuyo gran objetivo era alcanzar el derecho a voto femenino.
Elena Caffarena, junto a otras adelantadas de la época, fundaron el “Movimiento pro emnacipacipación de la mujer chilena”, MEMCH, en 1935, que durante veinte años se abocó a la organización de mujeres en pro de su “emancipación económica, biológica y política”: fue la primera organización femenina política en pro de sus reivindicaciones. Elena se dedicó principalmente a promover los derechos jurídicos de la mujer, ya que entonces las leyes, y hasta hace poco, consideraban a las chilenas como menores de edad, atadas a la voluntad del padre o del marido. Finalmente esta notable mujer “feminista con vocación democrática”, logró que en 1949 se le concediera el derecho a voto a las mujeres para las elecciones presidenciales, suceso tremendamente potente para la época.
Luego de todo lo averiguado, Gastón me muestra los vestidos de su bisabuela (experiencia que emociona y remueve). Es interesante observar como Elena lleva su postura a todas las expresiones de la vida, incluso al revestimiento: al regresar de Europa, trae consigo el estilo “garconne” instaurado en Francia por Coco Chanel y los vestidos sin corsé, absolutamente impensados en la realidad chilena de la época; ella fue la primera en Chile, en llevar este modo. La totalidad de su revestimiento era absolutamente rupturista para nuestro país en los años 30, donde la mayoría era confeccionado en Europa, en textiles de primera calidad: trajes de dos piezas con falda tubo, vestidos corte imperio, pantalón, blusa con corbata, calzado medio salón y cabello corto. Su “fachada” aparece entonces, como la proyección de su pensamiento convirtiéndose en un referente estilístico, sin quererlo. Su relación con el modo del vestuario es profunda: aquello fue más allá de la moda, era un asunto de convicción, de postura en la vida, soportado – sustentado por la fuerza.
Celebro a esta mujer y su convicción. Celebro su ahínco y su motivación. La celebro y le agradezco.
*Se agradece toda la información otorgada para la construcción de este artículo, a Gastón Muñoz y la toma de imágenes a Val Solari.