Los ’80 parecían convertirse en una época que al fin cumpliría con liberar a la mujer de sus roles impuestos completamente por una sociedad machista y centrada en la familia, donde ser esposa, madre y dueña de casa eran el objetivo de toda joven mujer. Junto a la incorporación femenina a puestos laborales activos de manera definitiva, los llamados yuppies soñaron con adquisición y riquezas a temprana edad, mucho antes que sus propios padres y con ello, una mujer podía convertirse en una fuerza independiente. Esto y mucho más explora a lo largo de su trama la película “Working Girl” o “Secretaria Ejecutiva”, la cual fue estrenada justo hace treinta años.
En la trama, una mujer de estilo alborotado vio como su vida tal como la conocía terminaba al toparse con una infidelidad. Con el amor por la borda sus sueños profesionales eran el foco y así llegaba a tener una oportunidad imperdible: convertir sus brillantes ideas (robadas por otro personaje femenino de rango superior), en un puesto ejecutivo al que no podría ascender de otra manera si no mentía en su curriculum o si no cambiaba de imagen. Y aquí la cuestión aunque no lo queramos aun persiste: hace unos días, un experto y docto profesional fue invitado a una sesión de diputados y senadores, donde los de mayor edad le reprocharon el no ir vestido de corbata y chaqueta como ellos. Como te ven te tratan, aun dicen por ahí, sin importar cuántos doctorados, masters y premios pueda tener alguien.
Resulta que en la película, donde Melanie Griffiths era la nueva versión de Pigmalión, Sigourney Weaver la jefa que le robaba ideas y Harrison Ford el acompañante masculino, la protagonista no solo sufría un cambio en su estética, lo que comenzaba por cortar su alborotado cabello, bajar el tono de su maquillaje y usar power suits que en esos años eran grito y plata como símbolos del cambio. También su propio desengaño amoroso la llevó a cambiar de manera profunda, añorando otra vida donde un ascenso y la honestidad sean claves, aun cuando no sean esas sus armas para precisamente obtener un mejor puesto. “A veces bailo en sostenes en mi casa pero no por eso soy Madonna”, le decía su mejor amiga interpretada por Joan Cusack, un rol que se roba las escenas en varios momentos. Luego de sacar varias conclusiones en la trama y llegar a un esperanzador final, lo único que podríamos reclamar es lo siguiente: cuando esta cinta feminista se estrenó, aun no salía a la luz otro problema que por entonces era de lo más normalizado. Porque aun cuando la mujer haya obtenido puestos inmejorables de trabajo, el sueldo nunca será el mismo que le pagan a los hombres por hacer el mismo trabajo o incluso, menos que cualquiera fuerza laboral femenina.
Bonus: En la vanguardista película, salía Kevin Spacey en un rol nefasto, como un yuppie drogadicto que quería aprovecharse de la protagonista y sobrepasarse en cuanto podía. Hoy, el actor está enfrentando fuertes acusaciones de abuso sexual en contra de actores y jóvenes aspirantes.
Miranda en Sex and the City con el look Working Girl de los ’80
Fotos: IMDB.