Desde que Vivienne Westwood abriera Let it Rock hasta que fuese nombrada Dama del Imperio Británico en 1992, varios sucesos han ocurrido. Quizás Westwood no estaba consciente del impacto que tendría su inicialmente anárquica y andrógina apuesta, o que vestir al grupo símbolo de la música punk la convertiría automáticamente en la estilista del movimiento, pero sin lugar a dudas su historia caló hondo. Así como Vivienne, hay otros artífices de movimientos, contraculturas y corrientes que se han desarrollado en distintas épocas, pero todos tienen algo en común: utilizan la estética como armadura para llevar sus ideales, con diferentes tipos de profundizaciones, a todos los rincones.
Para los años ‘50, ser ama de casa era la la “propuesta” social que aparecía vinculada a la vida de la mujer. Luego de probar un nuevo rol como parte de las fuerzas laborales en el período que abarcó la II Guerra Mundial, la mujer pronto vería realizada su revolución en los años ‘60, pero aún faltaba un poco para ello. Por otra parte, bajo esa misma década, una nueva generación emergía y lo hacía al ritmo de Elvis, con los ojos clavados en las andanzas cinematográficas de Brando y Dean y con elementos que los acompañaron en esta nueva cruzada. El rock and roll impulsó a los llamados teddy boys, figuras que se agruparon llevando jeans -con la resignificación que eso conlleva, desde las fábricas hasta las pistas de baile-, chaquetas de cuero, zapatos estilo creepers y un peinado de lujo, inspirado en aquellos que llevaban sus ídolos del cine y música. Los teddy boys a su vez tenían también una pasión por el estilo que provenía de varias décadas atrás, fusionando lo más elegante de los llamados dandies -jóvenes de la era eduardiana preocupados por llevar un vestir impecable-, con el huracán de rebeldía que provenía de la música, el catalizador de sus sueños. Los teddy vibraban bajo el rock, se reunían a bailarlo y pronto evolucionarían en los años ‘60 a lo que se denominó como mods.
Si cada época tiene sus propios gustos por la moda y el vestir, en los años ‘60 se derribarían varios límites en cuanto a ello, especialmente los que vienen de la mano de géneros. No solo la mini falda y los trajes sastre formarían parte del mundo mod, sino también los estampados estilo paisley, el op art, el space age o la psicodelia que llevaría al mod por el camino del bohemian chic y hippie gracias en parte al viaje de The Beatles a la India, donde se mostrarían ante la prensa invocando lo mejor de la mezcla entre este y oeste: túnicas coloridas, estampadas, vivas y raramente utilizadas en Carnaby Street. A su regreso, ese 1968, King’s Road y los boutiques se llenarían de réplicas o importaciones de túnicas que se asemejan al estilo, incorporándose al itinerario de camisas con vuelos o botas con tacones que los mods llevaron de forma tradicional. Cada generación tiene sus propias subculturas, pero en este caso, dejarse llevar por la música, experimentar con drogas, sexo y otros placeres, eran el camino que los diferenciaba de sus padres y abuelos.
En el caso de los hippies, quizás se estructure una de las primeras contraculturas que llevó la protesta tan fuertemente como la manera de vestir. Acercarse a la naturaleza de manera primordial, tener consciencia de ello y además rechazar la violencia y por ende, protestar en contra de la guerra de Vietnam, formaba parte de ese itinerario. Para este grupo, sus iconos alzaban la voz en los cantos de blues y rock and roll, en las guitarras afiladas y en esas prendas que ahora tomaban a la androginia como un concepto esencial. Chaquetas estilo hussar eran alzadas de manera irónica, pero boas de colores, botas de plataformas, blusas femeninas y más eran parte del clóset de personajes como Hendrix, Clapton, Jones y Joplin, entre muchos otros, líderes cúlmine del movimiento bajo esa cita llamada Woodstock.
“Vestir es un acto político” siempre dicen por ahí, y en los años ‘70 y ‘80 eso era más vigente que nunca. Como parte de la influencia contestataria que Westwood había sembrado con el punk y sus camisetas/camisas llenas de mensajes, Katharine Hamnett se inspiraba para dar vida a las camisetas que protestaban con palabras y que tuvieron su punto cúlmine en su encuentro con Margaret Thatcher en 1984: “58% don’t want pershing” aparecía escrito como forma de rechazo a los misiles. Por ese entonces, los new romantics eran otro grupo que lideraba la escena más juvenil, una que buscaba desligarse del tradicionalismo de sus padres, de la pobreza de la clase trabajadora o del destino que a todes les esperaba. Así, cada fin de semana se reunían en torno a Blitz u otros lugares de encuentro social, tratando de impresionar a sus pares con un look que mezcló los cánones del punk y el glam: androginia, crítica a lo impuesto por la sociedad y mucho, mucho maquillaje. Esta fue la cuna de algunos de los más grandes nombres ochenteros, desde Boy George pasando por Duran Duran hasta Spandau Ballet y Billy Idol, pero quizás nadie empujó tantos los límites al principio como Steve Strange, el portero de Blitz. Su gusto por incorporar el maquillaje estilo kabuki o las prendas que recolectaba e intervenía por ese entonces, lo hicieron partícipe del video musical de Ashes to Ashes de David Bowie, quien a principios de los ‘80 buscaba una inspiración original para seguir en su carrera, una que encontró definitivamente con sus admiradores new romantics, hijos de la locura espacial de Ziggy.
El new wave se acercó a lo popular y las personas a las subculturas. La moda se encargó de hacer el puente y desde entonces, el estilo se masificó en revistas, portadas, modelos, maquillaje y más. Las subculturas y la estética eran parte imprescindible de las tendencias y la rebeldía se diluyó un poco a través de los medios, que estaban ansiosos por capturar un nuevo look. En los años ‘90, la llegada de Internet y la denominada globalización convirtieron a estos grupos de desadaptados en la última moda que ver, revisar e imitar, ya sea a través del street style -especialmente las subculturas de origen japonés y asiático-, o aquellos apoyadas en una nostalgia industrial cuya base eran los raves de fines de los ‘80 y el cruce con la oscuridad gótica, herederos directos del punk. Con Jubilee (el film de Derek Jarman) y The Bromley Contingent, los punks cruzaron con su propuesta a la gran pantalla y a las fotografías de revistas inglesas, mientras asistían a los conciertos de sus ídolos mostrando mucho más que lo que la tradición quería ver. Desde Siouxsie -quien más tarde sería un icono por sí misma con el estilo gótico-, hasta Jordan y Toyah -quien hoy vive con otro icono musical, Robert Fripp-, los antiguos seguidores punk se establecieron como parte de otro momento, donde todo lo anterior se recoge y se traduce en una revolución visual importante, tal como los cybergoth se acomodaron con su propia radicalización en los ‘90, un paradigma de tecnología, actitud y estilo que sería centro de las miradas de la época.
Pero el mundo ya estaba preparado para nuevos horizontes y la jungla japonesa aterrizaría en variados rincones, algunos de los más llamativos, chilenos. Todo un culto a las lolitas y su muy tradicional manera de sociabilizar y vestir se cruzaba con la ternura kawaii, los hadeko. Los emo cerraron los ‘90 con su influencia punk rock y sus nuevos peinados raros, bailando muchas veces también al ritmo del reggaetón. Y con las plataformas online de socialización, sus cinturones de blanco y negro, poleras con pantalones formales y zapatillas, recopilan una nueva estética que hoy sobrevive en base a la nostalgia, un concepto que ha llevado a muches a revivir subculturas antiguas, en busca de nuevos horizontes. La rebeldía sigue viviendo, pero ahora lo hace en Instagram o Internet, llevando la diversidad como bandera de lucha y lo ecléctico como tapa para incorporar varios elementos, nuevos y antiguos, todo bajo propuestas de una nueva generación.