Artículo de Reviste la Calle I por Majo Arévalo, Lucy Cominetti, Carmen Muñoz y Karina Vukovic
Nuestro espacio determina nuestras nociones de identidad. Este reconocimiento se genera, en parte, por cómo nos expresamos, por los códigos que utilizamos, y, por supuesto, por el vestuario. El hacer un recorrido por la historia de nuestra vestimenta nos ayudará a aproximarnos a quienes somos y hemos sido. Lee la primera parte de este artículo aquí y la segunda parte aquí.
1960-1970/ La Moda Boutique:
El concepto europeo de boutique llegó a Chile durante este período y mantuvo su reinado hasta mediados de la década siguiente, con la aparición de pequeñas tiendas de diseño relativamente exclusivos que se instalaron en la calle Providencia y que se convirtieron en referente absoluto en cuanto a moda. Su éxito estuvo ligado a la llegada de la revista Paula que, al elaborar sus editoriales de moda con material nacional, ayudó a la profesionalización de los talleres de costura.
El país se abrió a otras influencias extranjeras con la llegada de la moda italiana, muy difundida por la prensa de la época, y la comercialización de gran cantidad de ropa de Estados Unidos, fabricada en serie con fibras sintéticas y que, por su bajo costo, era accesible a un amplio público. Sin embargo la clase acomodada optó por la confección de vestidos hechos por costureras en casa, aprovechando la expansión de la industria textil nacional.
A mitad de la década surgieron las tendencias más vanguardistas con líneas geométricas, minifaldas, medias dibujadas, zapatos planos, botas a media pierna, pantalones estilo motonetista, vestidos rectos sobre la rodilla, telas con diseño Pop Art y melenas que contribuían a la imagen de una mujer menos pudorosa a la hora de mostrar su cuerpo. El uso de la minifalda se extendió en la juventud del año ’78 de la mano de la Lolita como nuevo estereotipo social; mientras que el bikini fue otra prenda que provocó controversia y que hizo su aparición en 1963.
A partir del año ’67 se produjo una acelerada sucesión de tendencias en el país, transitando por varios estilos: desde lo romántico con encajes y volantes, hasta lo exótico, oriental y polinésico con túnicas y accesorios metálicos, pasando por el estilo Bonnie & Clyde, que actualizaba la estética masculina de los años ’30 con el uso de boinas, impermeables y faldas a media pierna. También coexistieron en la moda cosmonáutica, expresada en busos de punto, jumpers de líneas geométricas, grandes cinturones de cuero, junto con la incorporacion del plateado y el dorado; el estilo gitano con telas de colores fuertes semitransparentes, volantes y accesorios dorados; el estilo unisex, impuesto por Yves Saint Laurent a partir de la incororación del traje-pantalón para las mujeres, y el estilo autóctono, impulsado por creadores chilenos ligados al trabajo artesanal.
A fines de la década, se produjo el retorno de marco correa -hasta ese entonces vivía en París- quien realizó el diseño de vestuario de la obra “Tríptico” de la coreografía Carmen Beuchart, hecho que sería el inicio de una exitosa carrera que lo consagraría como uno de los mejores diseñadores de vestuario del país.
1970-1980/ Golpe Militar:
Si bien hubo tres propuestas esenciales que marcaron el inicio de la década en el país -el pop remanente desde los años ’60; el exotismo que recibió la influencia del hippismo, y el estilo retro que implantó una vuelta al clasicismo de los años ’30- fueron los trabajos de la llamada moda autóctona cuyo exponente más importante fue Marco Correa, los que realizaron una propuesta realmente interesante y diferenciada de las demás tendencias europeas, a través del rescate de motivos y colores de las culturas precolombinas sin “disfrazar” a su clientela. Dentro de este movimiento, otro referente fundamental fue María Inés Solimano, tanto con su taller de ropa artesanal “Casa de la Luna”, como con la tienda Point, donde elaboraba conjuntos y vestidos tejidos a mano, como también trajes de novia en algodón, hilo natural o hilo de seda que fueron muy valorados.
Hubo una liberación en la apariencia de la mujer chilena debido a su mayor presencia en el espacio público, de modo que el pantalón y la minifalda se legitimaron plenamente. Aunque la producción de vestuario se vio afectada por la escacés de materiales, la gente buscó alternativas caseras para estar a la moda. De este modo, jeans bordados, túnicas fabricadas con sacos harineros, minifaldas y camisetas cortas hechas en casa, cinturones de arpillera, carteras de género, sweaters hechos con restos de lanas, polleras de patchwork que aprovechan los retazos de tela, collares de mostacilla y suecos artesanales se transformaron en representantes de esta nueva moda.
El Golpe Militar trajo consigo un intento de -orden- un retroceso desde el punto de vista femenino- con la retirada de la minifalda y el pantalón. En su reemplazo, se propuso la falda larga para las jóvenes y el largo a la rodilla para las mayores, dentro de un estilo clásico y femenino en el que se promovía el uso de materiales nobles y duraderos como la gamusa, la seda, las lanas, volviendo a la moda de los años ’30. Aún así nacieron nuevas tendencias: Francisco Delgado instauró el exotismo con prendas de telas teñidas inspiradas en la India; reapareció el jeans -en 1976- con la llegada del codiciado Levi’s fabricado en Argentina; la fiebre del jogging puso de moda el uso de buzos y zapatillas fuera del uso deportivo y cualquier prenda de la marca Fiorucci se transformó en un bien codiciado. Sumado a esto, a fines de la década se produjo la sensación de la onda Disco con el estreno de la película “Fiebre de Sábado por la Noche” y la apertura de la Disco Hollywood, generando una estética que identificó al mundo juvenil: jeans de raso, cinturones de elástico, sandalias de charol de colores, blusones y petos de lentejuela hicieron furor.
1980-1990/ Los Medios de comunicación como Difusores de Estilo:
Durante este período, la forma de vestir se transformó más que nunca en generadiora de un rol en la sociedad -capitalista y de libre mercado- por lo que se trató de utilizar el vestuario como medio para conseguir el éxito social. En el país, los ’80 trajeron un despertar de la vida social y los idolos se convirtieron en modelos a imitar: Los Prisioneros y Lady Di.
La aparición de una estética alternativa –Punk, New Wave– se vio facilitada gracias al aumenteo de la ropa importada y a la aparición de la ropa usada y las telas por kilos que permitieron crear un look con pocos recursos, así como también integrar las influencias extranjeras vinculadas con escenaros under. Al mismo tiempo, hubo un resurgimiento de las grandes tiendas; se instalaron los primeros malls y dentro de un nivel más exclusivo, se produjo el auge de la Alta Costura nacional representada por Rubén Campos, Luciano Bráncoli, José Cardoch, Click y Carmen Gana.
Muy representativos del periodo fueron: las hombreras, que adquirieron gran importancia; la consagración del tejido de punto en túnicas, polerones, vestidos de colores fuertes, faldas largas, sweaters y calzas; y los mini vestidos y minifaldas tableadas o con volantes que convivieron con faldas amplias bajo la rodilla. Como la ropa empezó a usarse cada vez más ancha, su confección en serie se vio facilitada estandarizándose las tallas en small, midium y large.
A partir del ’87, se produjo una re valorización de la silueta femenina, con prendas más ceñidas y cortes más complejos. Para la noche se tomó inspiración del star system hollywoodense con el uso de vestidos al tobillo en el que escotes, brillos y corsés tipo strapless sirvieron para aportar glamour a la vida nocturna de la capital. En cuanto a la indumentaria cotidiana, el jeans tuvo su gran auge, experimentando diversos procesos -pre lavado, nevado, estampado, gastado- que lo convirtieron en objeto de deseo y prenda preferida de los jóvenes. Se usaban con zapatillas, bototos, polaias de colores fuertes, sweaters dibujados, poleras y polerones. Mientras que los clásicos de los fines de los ’80 fueron el traje-pantalón, el traje de dos piezas y el dos piezas estilo Chanel, adornados con pasamanerías, ribetes de color y botones dorados.
1990-2000/ Fusión Múltiple:
Con la vuelta de la democracia se fomentó una diversidad que también alcanzó a la moda y que generó la coexistencia de diversos estilos y tendencias. Se creó la Cámara Chilena de Alta Costura en donde participaban los más prestigiosos diseñadores: Rubén Campos, Jaime Troncoso, Luciano Bráncoli y José Cardoch entre otros. Las modelos comenzaron a ser conocidas y a tener fama y prestigio. Los conceptos de fragmentación, heterogeneidad, fusión y fugacidad, se revelaron como claves del período, dando paso a una visión ecléctica que marcó la moda del fin del siglo XX y que rápidamente fue integrada en las vitrinas chilenas. En ellas, se encontraron distintas tendencias –hippie, techno, neo romántica, étnica y retro- como parte de un mismo look.
2000-2010/ Globalización:
Internet es uno de los principales pilares de esta década ya que no es necesario esperar lo que sucede en otros lugares y tampoco por obtener un objeto determinado, ya que a través de la venta online ésto se hace posible. Comienzan a proliferar las plataformas de difusión en torno al diseño emergente, los retailers quieren mantenerse como la mayor posibilidad de compra por lo que integran elementos de diseño y nuevas marcas enfocadas según cada tipo de consumidor. El concepto trubu urbana se populariza y se utiliza para identificar los distintos estilos de la juventud, los principales y con una fuerte influencia oriental son los llamados emos, pokemones, otakus, lolitas y visuals, pero también podemos encontrar otro tipo de grupos, hipsters, raperos, flaytes, lana y el look tropical. El 17 de Febrero de 2010 muere uno de los diseñadores más importantes de Chile, Jaime Troncoso.