Hubo un momento en el que Meg Ryan fue la novia de America. Peliculas como Cuando Harry conoció a Sally y Sleepless in Seattle (mis favoritas) la tuvieron en la cima de Hollywood durante los ochenta y noventa. Sin embargo, hoy, a pesar del talento para la comedia y belleza de chica de al lado que sin duda tenía, se ha convertido en una actriz con una carrera en stand by y una cara pulida, plastificada, hinchada e inexpresiva.
En el extremo opuesto de la moneda, tenemos a Demi Moore. Una cuarentona espléndida, que no tiene ningún empacho en salir en bikini abrazada una tabla de surf y que sin duda era linda cuando era joven, pero que actualmente se ha convertido en una mujer mucho más completa y sexy.
¿Qué es lo que diferencia a estas dos mujeres? Buen botox, mal bótox. O más bien, pequeños ajustes o makeovers irresponsables.
Como ya todos deben sabemos, el botox es el nombre comercial de la toxina botulínica, sustancia que se infiltra en los músculos de la cara con una aguja muy fina, y que produce un efecto de relajo que anula las contracciones del músculo, por lo que evita y alisa las líneas de expresión. Por lo simple de su tratamiento, por los buenos resultados, por sus escasos efectos secundarios y por su –relativamente- bajo precio, desde los finales de los noventa, en que se comenzó su utilización, su uso se ha incrementado exponencialmente en todos los paises, incluido Chile. Sin embargo, estas mismas virtudes han hecho que algunas personas, y cada vez más, hayan empezado un inevitable caida en el camino sin vuelta del botox. En Hollywood encontramos los ejemplos más descarados de mal uso, con la ya mencionada Meg, y otras actrices como Lara Flynn Boyle y Nicole Kidman, quien nunca fue muy buena actriz, pero ahora, su cara hinchada y brillante no hace más que hacer aún menos creíbles sus expresiones. En Chile, a pesar de ser un lugar en que estos procedimientos no se asumen libremente, tenemos nuestras propias representantes del fenómeno, basta con mirar a Magdalena MaxNeef, Evelyn Matthei y nuestra flamante primera dama, cuyas caras ya están cercanas a pedir una orden de restricción judicial.
Puede ser que esté hablando desde la ignorancia, después de todo, aún no me encuentro en la necesidad de decidir si hacerme un arreglín o no… Lo que deberíamos plantearnos, creo, es la búsqueda de una madurez más relajada, aceptando en cambio del cuerpo como parte de la vida junto con el paso de los años. Sin duda, puede ser que esté escupiendo al cielo. En ese caso, les juro que en 20 años seré la primera en defender los procedimientos con furia, aunque no puedan distinguirse emociones en mi cara.