Seguimos revisando la historia del vestuario de nuestro país, en capítulos anteriores vimos las características del vestuario pre-hispánico viendo en detalle la vestimenta Mapuche, Diaguita, Aymara, Ona y Alacalufe. Hoy avanzamos en nuestra revisión pasando a un período en que el dominio español ya había arrasado con nuestros pueblos indígenas dando pie a un nuevo Chile en el que cada clase, o estrato de la sociedad se caracterizaba por usar un vestuario distinto, nos referimos a La Colonia a la que hoy damos una primera mirada.
La Colonia es el período comprendido entre los años 1598 y 1810 y abarca el desarrollo de la Capitanía General de Chile, territorio bajo soberanía del Imperio Español, después del Desastre de Curalaba que marcó el fin del periodo de la Conquista de Chile. La época colonial terminó en 1810 con la instalación de la Primera Junta de Gobierno de Chile, presidida por Mateo de Toro y Zambrano, dando paso al proceso de independencia de Chile.
En este período se formó un gran sincretismo racial y cultural, que se originó con la convivencia de españoles e indígenas. Esta época se caracterizó por la creación de una organización institucional muy compleja, el mestizaje y el sincretismo cultural que darían origen a la sociedad chilena como tal. Las ropas típicas masculinas, de los antiguos régimenes europeos, que los españoles trajeron a Chile, eran los pantalones cortos y ajustados, y las prominentes pelucas. Los sans culottes de la Revolución Francesa impusieron el pantalón largo y dejaron de usarse las pelucas. Los nobles y burgueses, para sus reuniones sociales usaban frac, y como ropa de calle, la levita, consistente en una chaqueta larga, ajustada al talle. Pegada al cuerpo usaban camisas, de lienzo, más gruesas para diario y más finas, para vestir en grandes ocasiones. Todo atuendo se acompañaba de bastón. La cabeza era cubierta con un sombrero de copa redondeada, alto, y de alas abarquilladas, que en Argentina, Chile y Uruguay, recibió el nombre de galera. Las medias se reemplazaron por botas.
Las pelucas también fueron abandonadas por las mujeres, que comenzaron a recoger sus cabellos, adornándolos con alguna joya, cintas o con peinetas de carey o metal para sostener los rulos o bucles. Estas peinetas fueron haciéndose más grandes hasta configurarse el peinetón. Sobre estos elevados peinados, se colocaban cofias o mantillas. Sus vestidos eran vaporosos, de amplias faldas, que aumentaban su volumen con el uso del miriñaque, una enagua sostenida por arcos metálicos, que se colocaban debajo de la falda, y de talle alto. Las mujeres de la nobleza y la burguesía usaban corsé, para estrechar su cintura.
Las mujeres del pueblo vestían simplemente faldas largas, blusas con altos cuellos, y como abrigo, un mantón.
En las colonias, las familias más adineradas e influyentes, imitaron las costumbres y la moda europea, adaptándolas a la idiosincrasia local, siendo la ropa uno de los modos de mostrar el status social, al que la persona pertenecía. Las mujeres de la elite tenían como principal objetivo el matrimonio y la maternidad.Las mujeres eran desde niñas enseñadas en las labores del bordado, más tarde en la música y otras tareas indispensables para desenvolverse bien en el matrimonio
Así, a mediados del siglo XVIII las damas de la colonia, pertenecientes a la elite, a la usanza europea, cubrían su cuerpo con una camisa sumamente adornada con encajes, con mangas amplias y volados, sujeta por un corcé, que estrechaba la cintura. Sobre ella se colocaba el jubón, especie de chaleco, que llegaba con sus mangas hasta los codos, con amplio escote, y adherido al cuerpo, destacando sus líneas. Sobre éste se colocaba la cotona, de tela transparente, que unía la parte delantera y la trasera con cintas atadas.
Todavía para ser más suntuosa la vestimenta, se colocaban collares de perlas, muchas veces con el símbolo de la cruz. Bajo la falda llevaban enaguas, a veces más de una, con volados y puntillas en la parte inferior, que se apreciaban al levantarse la pollera o faldellín, sumamente adornada. La última prenda que se destacaba sobre la pollera, era el delantal, muy trabajado, generalmente en forma coincidente con los ornamentos de las mangas.
Toda la parte inferior del atuendo era levantada por el miriñaque. Sobre la cabeza y los hombros lucían un manto o chal. El calzado era de tela muy fina, como sedas, con hebillas, y con detalles en hilos de oro o plata. Las medias eran de seda, y llegaban hasta encima de las rodillas. Para sostenerlas usaban porta ligas.
Los cabellos con rizos, bucles y/o trenzas se ornamentaban con cintas, alfileres de plata, flores frescas y el peinetón, que sujetaba este elaborado peinado, que a su vez era sostenido por el manto.
Los hombres también adoptaron la moda europea, a veces usando colores que mostraban su filiación política. De todos modos, aunque recargada, las prendas masculinas permitían mayor posibilidad de movimientos, ya que debían caminar y montar a caballo, por lo cual los pantalones eran generalmente anchos y el calzado eran botas. La ropa masculina que describimos antes propia de la usanza europea, se reservaba para grandes ocasiones.
En el campo, la indumentaria era mucho más sencilla, tanto el estanciero como sus peones usaban camisas, sobre las cuales colocaban un poncho para resguardarse del frío. Sus pantalones eran anchos, llamados calzones, y usaban botas de potro.