Dos veces al año, se congregan en París un selecto grupo de mujeres en busca de la fantasía que les promete la Semana de la Alta Costura. Editoras de moda de las más importantes revistas, esposas de los más acaudalados magnates del mundo y una que otra estrella de Hollywood toman asiento en los desfiles organizados y curados por la Chambre Syndicale de la Haute Couture, que impone estrictas normas a las casas de moda que quieran mostrar sus colecciones bajo su alero. Mínimo 20 operarios dedicados exclusivamente a la línea de Alta Costura, confección a mano y 100 horas de trabajo y más en cada prenda, son sólo alguna de las condiciones que deben cumplir religiosamente las marcas; requisitos que despiertan el apetito por ver piezas espectaculares sobre la pasarela, fantasías más cercanas a una obra de arte en movimiento que a una prenda que colgará luego en algún clóset. Sin embargo, en la última Haute Couture Fall 2014 varias de las propuestas estuvieron estéticamente más cercanas a lo que es el prêt-à-porter que a la Alta Costura.
En cierto modo, la Alta Costura es un terreno anacrónico en relación a cómo funciona la moda hoy en día. Es lenta, hecha a medida, no se puede tener de inmediato, no se compra en la tienda y nada conoce de “democratización de la moda”. Al parecer, las maisons han interpretado que la parsimonia del Haute Couture no se condice con los tiempos y han comenzado a simplificar y depurar sus estéticas en pos de colecciones que son muy parecidas a las que se observan en las pasarelas ready to wear. Sin ir más lejos, algunas piezas de ready to wear, tienen hoy el mismo precio que varias de alta costura.
Valentino, Chanel y Dior apostaron por desfiles de siluetas simples y poco llamativas, a pesar de respetar todos los requisitos de la Alta Costura. Chanel fue incluso más lejos y mandó a todas las modelos a la pasarela con zapatos bajos, restándole majestuosidad a lo que conocemos por Haute Couture, esa área de la moda que hace (o hacía) soñar incluso hasta el más neófito en la materia.
Hoy pareciese que los diseñadores están reinventando los códigos de la Alta Costura, haciéndola más simple, en un lenguaje más juvenil y liviano, en el entendido que incluso las esposas de millonarios tienen preocupaciones prácticas. La Alta Costura se entiende ya no como un vestido, una pieza para una ocasión particular, sino como una prenda que se mezlca con el resto del clóset. Lo determinante es la calidad, las texturas y el servicio, todas cuestiones que establecen un claro límite con el prêt-à-porter. Es absolutamente válida esta transición, porque la moda que no se ajusta a los tiempos está destinada a morir, pero una moda sin mística tiene también el mismo destino. El difícil trabajo de los diseñadores hoy consiste en cómo equilibrar esos dos puntos, en cómo hacer que la alta costura siga siendo una máquina de sueños sin dejar de lado el pragmatismo y las peculiares características de la mujer moderna.