Entre el pasado 18 y 20 de Marzo se llevó a cabo la primera versión del Global Kids Fashion Week en Londres, el cual ha generado diversas opiniones sobre la moda infantil y sus límites, la cual más allá de representar hoy un nuevo nicho en la industria de la moda nos plantea una serie de preguntas y reflexiones que merece la pena abordar.
La presencia de niños en la industria fashion no es una novedad. Ejemplo de eso son modelos como Brooke Shields y Thylane Loubry Blondea o el creciente número de marcas y casa de moda que en los últimos años han incorporado dentro de su oferta líneas de vestuario y accesorios orientados a niños. En este escenario eventos como el Global Kids Fashion Week vendría a satisfacer esta nueva demanda de moda infantil, y aquí surge la primera interrogante ¿Quién es el público? ¿Para quién se hacen este tipo de eventos?
La sofisticación de los diseños y la posibilidad de aumentar la oferta de vestuario infantil parece una enorme oportunidad para distintos diseñadores y padres que, aburridos de los diseños clásicos destinados a este grupo, buscan aportar componentes lúdicos y creativos en este campo de la vida de los niños. Sin embargo, el límite se torna algo borroso cuando estos destinatarios finales son expuestos a contextos adultos como un Fashion Show, donde el público de tales eventos es en un mayoría adulto y donde al ser ropa de niños la que se exhibe son ellos mismos quienes deben desfilarla. Es en la pasarela donde se produce un fenómeno interesante de observar ¿Esos niños desfilan para que la prensa especializada pueda evaluar los diseños o para exponer a estos mini modelos a hacer su propio show? A ratos cuesta distinguir si el foco principal es el vestuario o la tierna o divertida performance de los niños que los desfilan.
Por otra parte, si bien los usuarios finales de estas prendas son los niños, es un mundo bastante ajeno a ellos el que dicta qué usar y cómo. Las tendencias adultas son las que guían esta nueva industria infantil, hecho que plantea la duda sobre qué tan adaptados son estos diseños para su uso realmente. Por otra parte ¿les importará en algún punto a los niños qué marca o diseñador ha diseñado lo que llevan puesto? Parece más bien que es una preocupación que poco concierne a sus usuarios y que tiene mayor relación con el estilo de vida de sus padres, quienes finalmente deciden y gastan su dinero para obtener esos productos.
La conciencia de qué llevamos puesto, es decir del vestuario que utilizamos diariamente, es algo que los niños alrededor de los 7 años pueden reconocer, y de este modo efectivamente es un factor fundamental en la identidad. Así, la industria de la moda infantil lejos de ser un foco de críticas también presenta una amplia posibilidad de trabajo creativo y que permite a los niños y padres fortalecer y estimular la propia percepción de éstos como sujetos individuales, únicos y que pueden jugar con sus aspecto, algo que a principio de siglo XX habría sido difícil de imaginar.