Las celebrities son -o eran- satélites del fashion system, personajes que tienen -o tenían- con la moda una relación simbiótica de beneficio mutuo. Ya sea como habituales en la primera fila, como fuentes de inspiración o protagonistas de las campañas más importantes, el rol de los famosos se mantenía en un plano mas bien secundario y de exhibición, pero en algún momento decidieron pasar de la periferia del mundo de la moda al centro de atención.
No recuerdo con precisión quién fue el pionero en tomar la decisión de ser diseñador part time, pero en un abrir y cerrar de ojos estábamos invadidos de nuevas líneas de ropa, diseñados por emblemáticos del showbiz. Penélope Cruz y su hermana diseñaron para Mango, Gwen Stefani creó su propia marca LAMB, Dita von Teese quiso aportar con su oscura sensualidad en una línea de lencería para la marca Wonderbra, a Amy Winehouse se le antojó que todas se vistieran como a ella (jopo incluido), Leona Lewis diseñó para Stella McCartney, Kate Moss bosquejó para Topshop en una de las incursiones de mayor éxito comercial; y así podría seguir ocupando varias líneas más.
La última en anunciar que es una estrella polivalente y que las pasarelas lucirán diseños de su autoría es Vanessa Hudgens. ¡Vanessa Hudgens!, la misma que se esforzaba por llegar a las notas altas en High School Musical ha comunicado que se dedicará al diseño. Ya basta.
Detrás de una colección de una casa de modas o de un diseñador profesional hay un proceso y un concepto creativo que la mayoría de las veces se extraña en las colecciones de los famosos. Excepciones en este sentido podemos encontrar en Twenty8twelve, la marca de Sienna Miller que posee cierta coherencia estilística. Pero la excepción no hace más que confirmar la regla. Las colecciones de famosos parecen ser vacías, concebidas exclusivamente desde un ángulo comercial. Es explotar la propia imagen de chica mala, de figura superchic o rockstar y extrapolarla a la ropa. Así los fans escuchan a JLo, bailan JLo, ven JLo y visten Sweetface (la marca de, adivinen…JLO)
Puede que esto no sea intrínsecamente malo, sino una de las tantas posibilidades del libre mercado, pero lo cierto es que con ello se hace un daño inconmensurable a los diseñadores, sobre todo a las jóvenes promesas, quienes compiten en desigualdad de condiciones con figuras que tienen millones de seguidores en todo el mundo, versus aquellos que tratan de abrirse paso en el cada vez más competitivo ambiente del diseño.
Tal vez, lo peor de todo es que las mismas casas de moda se han hecho parte de esta vorágine y han llamado a algunos “artistas” a formar parte de sus staffs creativos. Ahí tienen ustedes la colaboración de Lindsay Lohan para Ungaro, un “lohanazo” de tomo y lomo, de esos a que nos tiene acostumbrados, pero esta vez en la pasarela de una de las más tradicionales etiquetas. Una broma de mal gusto.
No se trata de que cada cual se repliegue a sus respectivos ámbitos de competencia y de ahí no se mueva jamás. No, algo así le restaría toda emoción al diario vivir. Se trata de analizar las propias limitaciones y dar un paso al lado cuando no se tienen las herramientas necesarias y cuando nuestro accionar va a producir daño a un sector que ya está lo suficientemente vilipendiado, que es el primero en sufrir los efectos de crisis económicas, que es acusado constantemente de frívolo, etc, etc ,etc. Total, para acrecentar la fama a costa de poco esfuerzo basta con protagonizar algún escándalo y al otro día estar en la tapa de todos los tabloides.