Como hemos expuesto en artículos anteriores, a comienzos del S.XX Charles Frederick Worth fue el precursor en el etiquetado de sus creaciones. A través de este hecho el vestuario empieza a ser tratado como “obra”: el revestimiento humano se instaura como fenómeno social y comercial que se asienta sobre la creatividad de sus autores. Este es el momento en donde el acto cotidiano del vestir, desde las prendas básicas de confección hasta la Alta Costura, asume la condición de soporte artístico, situación que queda manifestada y expuesta a través del hacer de Poiret y Paquin, revisados en los artículos 15 y 16 sobre Historia del Vestuario. Desde aquí en adelante, cada vez los diseños se vuelven más propositivos, apareciendo creaciones como los diseños de Jeanne Lanvin, donde el cubrirse aparece como un gesto espacial, que mezcla la elegancia de lo femenino y el equilibrio entre el decoro y las imposiciones del pragmatismo urbano.
Jeanne Lanvin, fue una mujer con muy buen gusto y manos hábiles educadas desde los 13 años en los talleres de costura de Paris de fines del XIX: empezó a trabajar desde niña como chica de los recados, luego pasó a ser costurera y finalmente modista. Su habilidad para la confección de sombreros le dio su primer sitio en el complejo mundo de la costura: abrió su primera tienda para la venta de éstos en 1885. Diez años más tarde se casó con un noble italiano, Emilio di Pietro, durando sólo ocho años y separándose cuando su hija Marguerite contaba con seis. La presencia de ella fue determinante en el hacer de la diseñadora, pues vuelca su creatividad en los vestidos que elabora para la pequeña, prendas que nada tienen que ver con las que comúnmente llevan las niñas de la época, creaciones sofisticadas elaboradas con bordados innovadores que atraerán también a las madres. En 1908 crea la sección de niñas, con tal éxito que en 1909 abrirá la de mujer hasta donde llegarán todas las señoras elegantes de París para vestirse ellas y sus hijas, esto le dará la fuerza de apostar en 1909 por entrar a formar parte del sindicato de la alta costura, pasando del estatus de modista al de creadora. Todo un logro en un recién estrenado siglo XX todavía heredero de una ancestral mentalidad que se resistía a reconocer que los calificativos de femenino y creativo podían ir juntos. Las primeras décadas del siglo XX iban a ser el escenario de honor en el que el trabajo de grandes como ella, Chanel, Vionnet y Schiapparelli iban a despejar todas las dudas al respeto.
Lo cierto es que con su empuje Jeanne desarrollará uno de los primeros imperios de moda, con sección de caballeros, decoración, perfumería y sucursales en Madrid, Cannes, Barcelona y Buenos Aires entre otras ciudades; un negocio que daba trabajo a 1200 personas en la década de los 20. Pero por lo que esta creadora pasará a la historia es por sus robes d´style, vestidos de noche y de fiesta que tiñeron de una atmósfera etérea al París mundano de la época de entre guerras. Prendas esenciales, elaborada con tejidos evanescentes y bordados sutiles. Vestidos que llevaron las mujeres modernas de la época, herederas de la Garçonne, la protagonista de la novela publicada en 1922, que dio nombre a estas nuevas y estilizadas mujeres, para las que Lanvin elaboró un selecto vestuario lleno de influencias étnicas e históricas traídas por ella desde los múltiples viajes que realizó por el mundo: quizás sea Le Bleu Lanvin uno de los más conocidos, inspirado en los fondos de los cuadros de Fra Angelico, color que aplicó en sus tiendas y en sus creaciones.
El actual heredero del imperio Lanvin nació en Marruecos y tiene nacionalidad israelí: Alber Elbaz es quien firma las colecciones desde el año 2001. Este diseñador trabajó en Nueva York para Geoffrey Beene, en Italia para Krizia, luego entró en Guy Laroche y más tarde en Yves Saint Laurent, antes de tomar el mando de la casa de costura creada por Jeanne Lanvin hace exactamente un siglo atrás.