(Por Sofía Calvo, directora de Quinta Trends)
Sumergirse en el mundo del K-pop (o pop coreano), es similar a transitar por una “dimensión paralela”. Hay muchos elementos reconocibles de la música pop tradicional, sin embargo, la manera en que son puestos en escena lo transforman en un género único. Por lo mismo, ir a SMTown Live en Chile, la llamada “Cumbre del K-pop” en Latinoamérica, no sólo suponía un reto para un “no – fan” como yo, sino también era una excelente oportunidad para tratar de entender este fenómeno, que tiene completamente imbuida a mi hija Leti de 14 años.
Para que se hagan una idea, he dedicado más de una década de mi vida a trabajar en temas sobre Asia Pacífico desde el Poder Legislativo (mi lado A, como suelo decirle). Por lo mismo, la Korean Wave o política pública que desarrolló Corea del Sur para difundir sus industrias culturales, no me es ajena.
Sin embargo, nunca me había interesado en profundizar la materialización de esa ola (música, cine, teleseries y un largo etcétera), que se ha transformado en un verdadero “soft power” o poder blando, que ha convertido a ese país en el “paraíso” de muchos adolescentes, entre ellos mi hija.
Por lo mismo, antes de ir a SMTown Live fui sometida a una suerte de “inmersión / capacitación” de los grupos que forman parte de SM Entertainment .El proceso no sólo incluía los bailes y temas más paradigmáticos, sino también los nombres (que nunca retuve) y sus intereses (Leti, tan metódica como yo, armó “fichas” de cada uno para conocer su historia).
Con esos antecedentes sobre la mesa y la advertencia que había recibido que el show duraría alrededor de 4 horas, nos fuimos cerca de las 17.30 hrs al Estadio Nacional. Seríamos parte de su primera jornada en Chile.
Les confieso que en mi mochila, además de llevar unas Tika para matar el hambre y lo indispensable para sobrevivir al calor de más de 30º que hizo esa tarde, metí mi Kindle para leer, si es que me aburría…lo que no sucedió, porque me entretuve mirando las reacciones de Leti y de las adolescentes que nos rodeaban (el 90% del estadio eran mujeres). Además, la música era tan fuerte, que me era imposible concentrarme en otra cosa.
Entre los aspectos que me llamaron la atención del show fue el evidente playback del 90% de los grupos. Si bien en la prensa leí que nadie cantaba, si me pareció escuchar voces -sin pista a todo volumen-, en algunos casos (Amber, Wendy y Super Junior, por nombrar los que creí más evidentes). Todo muy más raro para mí, que estoy acostumbrada a ir a recitales donde la gracia es escuchar la voz en vivo de los artistas.
Pero para lxs fanáticxs, ese “detalle” era absolutamente sin importancia. Lo que se confirmaba a través de sus feroces gritos de admiración y amor durante todo el espectáculo.
Los melosos acordes del K-pop, los excepcionales drift de guitarra de un par de temas -que me hicieron recordar mi amor por el rock-, y el único coro que canté furiosamente (“Ahora te puedes marchar” de Luis Miguel!!), me hacían sentir en medio de un programa de TV.
En él, cada movimiento era maqueteado por una pauta, que incluía actuaciones individuales de algunos miembros de los grupos participantes, un par de canciones de los grupos completos y un espacio -por momentos eterno-, de interacción con el público en español (a punta de torpedo) y coreano con traducción consecutiva (quedé súper intrigada con la traductora).
Lo anterior es parte de una estrategia maestra, en donde estos llamados “idol” entienden que la base de su éxito está en su fanaticada. Por lo mismo la quieren, miman y cuidan con gestos como los reiterados “corazones coreanos” (se hace juntando las puntas del pulgar y el índice); así también como pasearse por el estadio en ramplas que les permitían tener “contacto visual” con sus seguidorxs y dividir el show en diversos escenarios, lo que posibilitaba que todos pudieran sentirse “cerca” de sus idols.
Respecto a ell@s, si bien hay algunos aspectos de su estética que me perturban, como por ejemplo, las cirugías estéticas a las que se someten para encajar en un “molde” y la representación súper femenina y “tierna” de las integrantes de las bandas de mujeres, hay otros que valoro, como la imagen andrógina de los hombres, que quiebran el concepto de masculinidad occidental y amplían el espectro de lo que es ser hombre en el siglo XXI.
En esa línea, quienes se robaron mis miradas por no calzar en lo anterior fueron Amber, una cantante que invocaba el género fluido y Shindong de Super Junior, una especie de “héroe”, que se revela ante una generalidad de cuerpos enjutos (en ese ambiente romper el estereotipo debe ser una proeza, googléenlo si no me creen).
Cerca de las 23.30 hrs la música terminó y las luces se prendieron. Medio aturdida por esta inyección a la vena de K-pop salimos con Leti rumbo a nuestro hogar santiaguino.
Mientras caminaba y Leti me narraba cada una de sus impresiones, no pude evitar pensar en mi adolescencia. Si bien nunca fui muy groupie y, a la misma edad, mi amor estaba puesto en el grunge y no el pop, me fue inevitable empatizar con sus emociones y las de todxs lxs jóvenes que vi. Porque el K-pop es una especie de “mantra”, que se mete en sus mentes y corazones y, al final, solo busca ponerle color a sus vidas con letras y bailes pegotes.
Para mí una especie de puerta de escape, que les recuerda que el mundo no es tan feo y gris como ellos lo sienten en esa etapa de la vida. Su optimismo e inocencia es contagiosa, al igual que la sonrisa con la que Leti se quedó dormida a mi lado.
Larga vida al K-pop.
Fotos: @_kev, Facebook Oficial.