A comienzos del siglo XX, el vestido femenino se liberó completamente, y comenzó a destacarse por sus líneas rectas y simples. Sin embargo, la historia del vestuario ha dotado a la mujer en otro tipo de vestidos, mucho más opulentos y aparatosos que los sencillos pliegues que revolucionaron los años 20’s. El verdugado constituyó el elemento principal del vestuario femenino por prácticamente dos siglos completos, el XVI y el XVII. Su función primaria era ser un soporte para la parte inferior del vestido, haciendo que la falda se mantuviera firme y ancha alrededor de la cintura y las piernas de la mujer. Tradicionalmente, el verdugado estaba compuesto por una estructura tensa de caña común, mimbre, cuerda o hueso de ballena.
La primera vez que se vio el verdugado fue en 1501 en Inglaterra, cuando la princesa española Catalina de Aragón viajó con su séquito a la isla para contraer matrimonio con el príncipe Arturo, hijo mayor de Felipe VII. Por eso, se dice que el origen del verdugado puede ser rastreado hasta España, ya que incluso hay evidencia previa de que la princesa Juana de Portugal usaba verdugado en la corte española a mediados del siglo XV. La popularidad de la prenda se alcanzó definitivamente en 1554, cuando María I de Inglaterra se casó con Felipe II de España.
Cuando dicha prenda se expandió por el resto de Europa, tomó distintas formas de composición. El verdugado francés o verdugado estilo rueda apareció en las cortes francesas alrededor de 1580, y era marcadamente cilíndrico a la altura de la cintura. Este tipo de verdugado culminó en la confección del “gran verdugado”, diez años más tarde, cuya circunferencia era aún mayor. Aunque no hay rastros pictóricos de este verdugado específico, sí aparece referenciado en las cuentas de guardarropa de la reina Elizabeth I, justo en el momento en el que esta prenda estaba más a la moda en las cortes europeas.
Hacia el siglo XIX, el verdugado evolucionó en lo que se conoce como crinolina, armador o miriñaque, una estructura más ligera compuesta alrededor de aros de metal, en base a una trama de crin y una urdimbre de algodón o de lino, cuya función era idéntica a la del verdugado. No obstante, durante la segunda mitad del siglo XIX, la crinolina comenzó a mostrar sus desventajas para el vestuario femenino. Así, empezó a ser objeto de burla en diferentes revistas de estilo, y muchos modistas de la época no estaban de acuerdo con que las mujeres siguieran usando esa prenda que básicamente las aprisionaba. Además, debido a que el diámetro había alcanzado los 180 centímetros, las mujeres presentaban diversas dificultades al moverse o traspasar umbrales de puertas. Sentarse resultaba un problema. Caerse igualmente presentaba una dificultad, ya que las féminas quedaban expuestas en la parte inferior de su cuerpo —aunque las precauciones eran tomadas debidamente; ya que en las piernas se usaban prendas de vestir que impedían que la desnudez fuese expuesta en público—.
Así que, hacia 1864, la forma totalmente redondeada de la crinolina empezó a cambiar: la parte anterior y la de los lados disminuyeron, dejando solo el volumen de la parte posterior. Con esto, solo faltaba disminuir la parte trasera.
Aunque el cambio del vestido completamente voluptuoso y circular hacia uno completamente liso tomó varios siglos, el retroceso hacia un estado más simple en la vestimenta femenina se hizo por etapas, quitando la delantera primero, y después pasando a eliminar todo el volumen del vestido, en un proceso que avanzaba a facilitar el uso de la vestimenta de la mujer.
Varias apropiaciones se han hecho de este histórico artilugio en el mundo de la moda contemporánea. Justo el año pasado, la colección de invierno 2013 de Alexander McQueen, a cargo de Sarah Burton, recopiló las estructuras que sostenían las faldas femeninas en los siglos pasados y los llevó a la pasarela. Por eso, aunque sea una prenda en desuso en nuestros tiempos, siempre es bueno volver a revisar cuáles fueron las prendas que marcaron la historia del vestuario.
Imágenes: wikipedia.org/ museumoflondonprints.com/ vogue.com