Nadie podría hacer lo que hizo el diseñador alemán Karl Lagerfeld a lo largo de su carrera. Dedicarse por completo a una profesión donde no solo ejerció como Director Creativo de la casa más importante de alta costura, sino también ser al mismo tiempo el creativo tras otras tres marcas. Es increíble lo que Lagerfeld pudo lograr, el imperio que levantó en torno a su nombre y la leyenda que lo acompañó siempre, con una desenfadada y solitaria personalidad. Casi como un augurio, lo vimos apagarse de a poco y este martes, vimos a través de diversos medios la temida noticia: el llamado Kaiser nos dejaba a los 85 años, luego de internarse de urgencia en un hospital parisino el lunes.
Todo comenzó como una película, como esas historias que tienen talento, rivalidad, competencia, ambición y mucho estilo. Creciendo en Hamburgo luego de nacer en 1933, Karl sabía desde pequeño que no quería ser igual que todos, que a veces la originalidad y el buen vestir se convertirían en su herramienta. Así lo dejaba ver en entrevistas, donde aseguraba que a los 6 años solo quería que su mamá lo vistiera de manera elegante, algo que lo desmarcó de la típica infancia. Creció esperando vestir a la mujer de manera fiel a su estilo, oportunidad que vio en 1954 compitiendo en primera instancia con su frenemy más reconocido, con el que más tarde pelearía por la atención de un hombre, Jacques de Basher: Yves Saint Laurent. Lagerfeld sacó el segundo lugar y llamó la atención de Jean Patou, quien lo puso en su equipo de asistentes. Trabajando como Director Creativo de distintas marcas, ya veríamos su faceta más reconocida, la de rebelde. Porque Lagerfeld nunca estaba a la sombra de nadie, ni de una marca o gran casa; siempre tenía tiempo para sobresalir. “Solo quedamos tú y yo en este mundo”, le diría a Valentino Garavani en la famosa escena de su documental “The last emperor” (2008). “Siempre serás el joven lleno de energía que conocí”, le diría el diseñador italiano en su dedicatoria de hoy en Instagram.
Así como la ambición lo llevó a trabajar duro por su destino. Karl se rindió por completo a un rol que quizás ni pensó en obtener: el de suceder a Coco Chanel, la creadora de la silueta de la moda moderna, de la mujer fuerte y de la sobriedad en general. Al principio las críticas fueron duras y Karl siguió perseverando hasta dar con su sello. Modernizó la casa, trajo la figura de la musa en la forma de Ines de la Fressange, creó prácticamente los fashion films con ayuda de Ridley Scott y consiguió que todas se enamoraran nuevamente de Chanel Nº5. Embajadoras, nuevos rostros, toda una generación moderna siempre cautivada por Chanel y el Kaiser, quien se desvivía por además darle identidad a la marca de las hermanas Venturini en Fendi y Chloé, la casa que comandó en los ’70 y brevemente en los ’80. Ya en los ’90 era el icono que hoy conocemos y un curioso personaje que la prensa sensacionalista destacaba por adelgazar a punta de Coca-Cola para llevar los trajes de Slimane. Atrás quedaban el abanico y el sobrepeso, para dar paso a un hombre renacentista de jeans ajustados y joyería, que no dejaba nunca sus guantes ni a su gato Choupette ni a su ahijado Hudson Kroenig, a quien de seguro legará toda su fortuna. Su soledad, el lado que vimos en documentales como “Lagerfeld Confidential (2007)” emergieron ya en el ocaso de su vida pero su genio, a pesar de la falta de variedad en sus recientes colecciones, nunca dejó de sorprendernos. Adiós Karl, adiós a una era que ya no volverá.
Fotos: Zimbio.