Leí hace poco una noticia que me llamó la atención: la tienda parisina Printemps reemplazó los usuales maniquíes por cuerpos de carne y hueso que bailan detrás de los vidrios para atraer clientes. Lo más divertido del asunto es que no son modelos; ni siquiera se trata de mujeres comunes y corrientes. Las chicas son parte del elenco estable del famoso cabaret parisino Crazy Horse. No están ahí todo el rato –eso sería francamente inhumano– sino sólo una vez a la semana. Tal vez por eso, no logré encontrar una foto de esta vitrina teatral.
La movida, desde el punto de vista del marketing, es magistral. El morbo de ver a estas chicas de cerca, casi tocándolas, es un gancho muy potente, porque nada seduce más al público que acercar lo inacercable. Ahora, si eso influye o no en las ventas, habrá que verlo…Capaz que se junte tanta gente en la calle que no se pueda ni entrar en la tienda. Lo que sí tengo claro es que esta noticia me hace reflexionar sobre el sentido de las vitrinas, que –al menos en Chile– suelen dejar bastante que desear. Y ahora, que viene Navidad, peor, porque abundan los lugares comunes y la siutequería.
¿Cuántas de nosotras se acerca a una tienda porque le atrajo una vitrina? A lo más, nos gusta algún trapito de los que los maniquíes tienen puesto. Pero de trabajo artístico, pocazo. Lo que más se ve en todo nivel de tiendas, son tenidas sobre predecibles maniquíes. Cero entorno, cero concepto, salvo –quizás- en las tiendas de ropa deportiva, que sí suelen “montar una escena”, y en algunas excepciones que confirman la regla. ¿Será una falta de presupuesto, de creatividad o de profesionales a cargo? ¿Falta el interés por dar un paso adelante o prima la idea de que no vale la pena hacer algo diferente? ¿Porqué se trabaja mejor el interiorismo de los locales que su fachada?
Son preguntas para las que, por ahora, no tengo respuesta.
Como sea, una cosa es clara: el principal gancho para el comprador de moda chilensis, para bien o para mal, es el inserto del diario.