Durante las primeras décadas del siglo XX, mientras la mujer chilena se emancipaba, un hombre al otro lado del Atlántico ligaba la arquitectura al vestuario. Su nombre es Adolf Loos y fue un arquitecto que concibió a los espacios como ropas sobre la piel, con una presión específica en cada caso, la cual estaba determinada por su uso. Su arquitectura nace y se hace desde el cuerpo, como la envolvente de éste: a Loos le preocupaba absolutamente todo aquello que “enfundara”.
Este arquitecto austriaco, posteriormente nacionalizado checoslovaco, nació en Brno en 1870. Luego de estudiar y viajar tres años por Estados Unidos, regresó a Viena en 1896 donde se desempeñó diseñando y escribiendo artículos sobre crítica cultural, llegando a financiar él mismo una revista llamada “Das Andere” (“Lo Otro”), en la que exponía sus ideas. En 1909 se pronunció contra el ornamento, a través del manifiesto “Ornamento y Delito”, en el cual “desviste a la forma” separándola del adorno postulando que la grandeza de su época era incapaz de realizar un ornamento nuevo, por lo tanto había que abolirlo dando paso a formalismos puros. En esas morfologías nuevas, el ornamento ya no importa sino el revestimiento (lo que “vestía” a la Arquitectura), el cual estaba determinado por la función del espacio: una sala de estar no podía configurarse con el mismo material de un hall de acceso o una cocina. En relación a esto elabora su “Teoría del Revestimiento”, que constituye uno de los primeros pasos hacia el Modernismo.
A partir de su premisa: “lo revestido siempre es el cuerpo y no el espacio”, generó todas sus obras este arquitecto (según sus cercanos de la época, siempre impositivo e impecable en el vestir). Desde la primera, el Café Museum en Viena, interior revestido parcialmente en madera y tonos verdes; hasta las viviendas proyectadas para la bailarina Josephine Baker y el escritor francés Tristan Tzara. El primer caso, proyecto no realizado de casa esquina en París, fue ideado con un recubrimiento exterior de tiras de mármol negro y blanco e interior en base a pieles y cueros a través de la “Teoría del Revestimiento”; en el segundo, la fachada está dividida en partes simétricas, la inferior era acabada en piedra, para el ámbito más público de la casa y, la superior revocada, para revestir lo íntimo. Pero el más emblemático es el espacio del dormitorio diseñado para su mujer Lina, concebido con el fin de que la arquitectura “acaricie el cuerpo”: el suelo fue revestido en textiles blancos, extendiéndose-prolongándose en cama, como un “altar impoluto de ofrendas al tacto”.