El Super Bowl es el evento televisivo-deportivo más importante de Estados Unidos, el que concita la mayor audiencia. El show de medio tiempo es casi un espectáculo aparte, de él hablan los medios y los televidentes por varios días luego de finalizado el show. Este año, la encargada de encender los ánimos fue Beyonce, quien intentó reivindicarse luego de la polémica de su lipsync en la reciente ceremonia de juramento presidencial de Obama. Por lo mismo, las expectativas eran altas en todo sentido, incluso en cuanto a su vestuario.
Beyonce optó por un poco conocido Rubin Singer para que le confeccionara su vestuario. El diseñador mandó al escenario a la cantante con un body de cuero y encaje, acompañado de una chaqueta también de cuero de la que se desprendió a poco andar de la performance. Una combinación que no tenía nada de espectacular, un traje que podría haber sido usado por cualquier otra diva pop, en cualquier otro escenario, un cliché con el que jugó sobre seguro. Sumémosle a eso que la idea de las calcetas largas, bajo las rodillas, le restaron varios centímetros y no ayudaron a estilizarla.
Sé que las comparaciones son odiosas, pero en términos estéticos, Madonna, la elegida del año pasado, quien encendió a los fans del fútbol americano vestida en Givenchy Haute Couture y tuvo al menos un cambio de vestuario en su presentación, fue muy superior a Beyonce, la que si bien es cierto no defraudó, tampoco deslumbró. El show de Beyonce será recordado por su frenético baile, por la energía interminable de la artista, por haber traído de vuelta a las Destiny’s Child a los escenarios, por ser una puesta en escena egocéntrica y de gran embergadura, pero no por su vestuario.