Mariano Fortuny no fue solo un diseñador de vestuario español, sino que un artista absolutamente versátil: fue fotógrafo, pintor, escenógrafo, iluminador, tejedor y se dedicó además a la indumentaria. En 1907 diseñó su gran obra ligada al vestuario, el vestido “Delphos”, basado e inspirado en la cultura griega clásica, cuya atemporal belleza sigue impresionando hasta hoy.
Es una túnica plisada que imita en su forma al chitón jónico, un tipo de vestimenta griega. En algunos modelos se acompaña de una sobretúnica corta, igualmente plisada, y con el borde inferior rematado en cuentas de cristal, que se puede considerar una “reversión” del tradicional manto (llamado “himation”) usado por las antiguas damas griegas sobre las túnicas. El conjunto es completado con una cinta a modo de cinturón, elaborada en raso de seda, estampada mediante serigrafía y adornada (generalmente) con un diseño vegetal de inspiración oriental.
Los finos pliegues de seda caen desde el hombro y moldean el cuerpo sutilmente, su intención era mostrar la belleza natural del cuerpo. Este modelo es un potente ejemplo de las nuevas tendencias del siglo XX, basadas en el desligo del corsé. Aquí cabe exponer la siguiente anécdota: por lo anterior, en un primer momento, este vestido solo era usado para estar en casa.
Otro aspecto importante en él, es el color: los pliegues cambian de color segun el movimiento y el reflejo de la luz, resultando un efecto de gran belleza. Fortuny, como todo buen pintor, amaba el color y, tanto en sus telas estampadas como en sus vestidos, supo plasmar aquello magistralmente. La sorprendente gama cromática de los Delphos (naranjos, rojos cochinilla, azules índigos, rosas, verdes esmeraldas, blancos marfileños, violetas) de matices cambiantes a la luz, se debe a los tintes utilizados por Fortuny en su fabricación. Todos ellos naturales, de origen mineral u orgánico, fueron elaborados mediante fórmulas secretas extraídas de antiguos manuales y tratados sobre el arte de la tintorería, así como de viejas recetas que le fueron confiadas por ancianos artesanos de la región del Véneto. Fortuny nunca reveló estas fórmulas y de ello se alimenta la leyenda del artista, según la cual, al día siguiente de su muerte, su viuda Henriette arrojó a las aguas de los canales de Venecia los colores elaborados por su marido, para que nadie pudiera imitarlos. Algo que, de ser verdad, consiguió realmente, porque a pesar de los numerosos análisis que se han efectuado de los tejidos, todavía no ha sido posible encontrar la fórmula de estos colores, por lo que la reproducción perfecta de los mismos no es posible hasta el día de hoy.