Seguimos revisando la historia del vestuario de nuestro país por lo que hoy nos dedicaremos a ver las características de la vestimenta de la década correspondiente a 1970-1980, para eso te presentamos la investigación de la Corporación Patrimonio Cultural de Chile para conocer en detalle el look de estos años.
La década del 70 se inaugura en Chile con tres propuestas dominantes: El pop, como residuo de los años 60; el exotismo que recoge y recicla la influencia del hippismo y el estilo retro que impone una vuelta al clasicismo de los años 30, y cuya primera expresión es el intento fallido por imponer la midi el año 70. Se insinúa un cierto funcionalismo en la moda juvenil, con el uso de jeans, casacas, camisas, poleras.
Sin embargo, los proyectos más interesantes de moda nacional se aglutinan en la llamada “moda latinoamericana” o “moda autóctona”, liderada por Marco Correa, quien es el primero en elaborar una propuesta coherente que pretende diferenciarse de las tendencias europeas. La moda autóctona perdurá en forma residual hasta fines de los 70 y luego se identificará con el estilo artesa de los años 80, más bien contestatario. Su momento de mayor influencia ocurre entre 1969 y 1973, con el apoyo de los gobiernos de turno, formando parte del vestuario de las elites políticas y coincidiendo con sus discursos latinoamericanistas. Desde sus inicios, Correa se plantea recantando motivos y colores de las culturas precolombinas, dejando en claro, que su intención no es “disfrazar a las mujeres de indias”. Argumenta que en Chile “cada uno tiene la preocupación de hacer resaltar que no es tan chileno como podría creerse porque sus antepasados- no importa cuan remotos-eran europeos”.
En esta época se organiza un movimiento de defensa del diseño textil chileno, que se propone trabajar con referentes latinoamericanos, en la industria Yarur, intervenida por el Estado, se realiza un novedoso proyecto que toma motivos pascuenses y diaguitas para estamparlas en algodón corriente que se comercializa en la temporada primavera verano 72-73. Lidera esta empresa Juan Enrique Concha quien plantea la siguiente pregunta:” ¿Por qué pagar royalties en el extranjero por estampados de flores y dibujos abstractos que nada significativo nos dicen a nosotros los chilenos, pudiendo explotar esta veta riquísima de diseños autóctonos?”.
Favorecen la difusión de la moda autóctona iniciativas como la galería artesanal Cema Chile y el Plan Nacional de Artesanía. Aparece la colección de vestidos chilotes de Nelly Alarcón, quien fabrica túnicas a partir de telares chilotes de lana teñida con tintes vegetales, las que adorna con flecos, bordados, aplicaciones, ribetes a crochet y bolillas. Gracias a la intervención del entonces embajador en Francia, Pablo Neruda, en 1972 Alarcón presenta con gran éxito sus prendas en el Espace Cardin de París. Ante los principales editores de moda de diarios y revistas, el poeta presenta a la diseñadora como “la hija predilecta de Chiloé”. María Inés Solimano es otro referente obligado del período, primero con su taller de ropa artesanal “Casa de la luna” y luego con la tienda Point, donde elabora conjuntos y vestidos tejidos a mano. Sus trajes de novia en algodón, lino natural o hilo de seda son muy valorados.
La liberación en la apariencia de la mujer chilena, ocurrida entre 1970 y 1973, se relaciona con diversos factores sociales, como la mayor presencia de la mujer en los espacios públicos y el surgimiento de una juventud que pretende romper con la cultura de sus padres. El pantalón y la minifalda se legitiman plenamente, siendo regulado su uso por las revistas de moda que marcan cierto recato. La escasez de materiales afecta la producción de vestuario, pero los usuarios se las arreglan con alternativas caseras para estar a la moda.
Jeans bordados, túnicas de osnaburgo fabricadas con sacos harineros, minifaldas y petos hechos en casa, cinturones de arpillera, carteras de género, sweaters hechos con restos de lanas, polleras de patchwork que aprovechan los retazos de tela, collares de mostacilla y zuecos artesanales representan a esta nueva moda.
El quiebre institucional tras el golpe militar, trae consigo un intento de reordenación, con la retirada de la minifalda y el pantalón. La falda larga aparece para las jóvenes mientras que para las mayores se propone el largo a la rodilla. Se promueve un estilo clásico y el uso de materiales más nobles y duraderos como la gamuza, la seda, las lanas, volviendo a la moda de los años 30. La revista Paula lo describe así: “Un salto de cuarenta años hacia atrás. Adiós al blue jeans, a la ropa funcional, al aspecto descuidado. Adiós a la moda de la mujer práctica. La moda del año 30 es ultra femenina, elaborada, difícil. Cambia la actitud franca por una llena de misterio. Descubre las piernas pero sólo debajo de la rodilla. Vuelven los escotes, el pelo corto, las joyas de fantasía, los sombreros, las pieles, los zapatos de taco alto y más delgado. En géneros, las gasas, las sedas y crepés. El accesorio número uno para la noche son las boas hechas de pluma de avestruz. Una moda que exige no sólo un cambio de vestuario, sino un cambio de actitud: los años 30 son femeneidad”.
Pero esto no significa que no nazcan nuevas tendencias, que se alimentan del estilo hippie, como el folk. Francisco Delgado pone en escena el exotismo con sus prendas inspiradas en la India, hechas de telas teñidas. En el 76 reaparece el jeans con la llegada del codiciado Levi’s fabricado en Argentina, promocionado en anuncios publicitarios como “la muerte en velero”.
A fines de la década causa estragos la onda disco, con el estreno de la película “Fiebre de sábado por la noche” (1978) y la apertura de la Disco Hollywood, generando un tipo de vestuario que identifica al mundo juvenil. Jeans de raso, cinturones de elástico, sandalias de charol de colores, blusones y petos de lentejuela hacen furor, junto a todo lo que lleve la marca Fiorucci. La fiebre del jogging pone de moda el uso de buzos y zapatillas fuera del contexto deportivo.