Cada una de estas bellas mujeres chechenas ostenta un largo atuendo especialmente confeccionado para la ceremonia. La mayoría usa un vestido azul fuerte —cobalto claro, para ser precisos—, fabricado de terciopelo en la parte superior y seda en la falda, con mangas estrechas y cerradas hasta la muñeca. Las pocas restantes visten uno verde amarillo, completamente de seda, con largas mangas abiertas desde el antebrazo.
Los detalles en ambos trajes son importantes, destacando, sobre todo, el color dorado, en largos velos de seda y trabajos de bordado y pedrería que otorgan prominencia a la zona del busto. Las mujeres de azul llevan decoraciones a lo largo y ancho de toda la falda, en las mangas y la cintura, mientras que las de verde poseen una abertura en medio de la falda. Además, diferentes piedras son incorporadas en la totalidad del traje. En el busto y en la corona del velo las piedras brillan entre las melodías de las cantantes. Las damas de verde ostentan un bello cinturón, cuyos detalles también están hechos en pequeñas piedras rojas. Dichos adornos no desbordan la decoración. Cada detalle y cada piedra no es más que una sutil muestra de finura, que se completa con aros colgantes y la dedicación en el maquillaje de cada cantora.
Mientras caminan por el pasto, las chechenas se disponen a levantarse la falda cuidadosamente con las manos, dejando entrever unas blancas enaguas bajo la superficie del vestido. Es hora del baile. Porque cuando el canto ceremonial termina, llegan los varones con dos instrumentos; el primero, cargando el “phondar” —un instrumento de cuerda típico de Chechenia—, y el segundo, llevando un acordeón. Más tarde llega el tercero, el bailarín. Este usa un traje negro, por el cual se ven los pantalones hacia abajo y una camisa blanca en la parte superior. En su cabeza lleva una papaja gris, típico sombrero de lana del hombre que habita el Cáucaso. El traje también contiene múltiples detalles dorados en la parte del pecho y en la cintura, por donde este se cierra.
Las damas forman un círculo mientras una de ellas —vestida de azul— baila en el centro con el bailarín recién llegado, ambos extendiendo los brazos alrededor y girando sus manos. Mientras danzan, dan vueltas al son de las melodiosas voces de las demás mujeres que se acoplan al sonido de los instrumentos. Es la danza del Nur-Zhovkhar, que gracias al fino lente de Vincent Moon, llega hoy a todo el mundo.