El otro día leía un post en un blog amigo que alentaba a opinar a las lectoras acerca de como se vestía la mujer chilena. Los comentarios se dividían en varios grupos, pero una opinión se repetía dolorosamente: La incapacidad de la mujer chilena de diferenciarse de las demás y poner sus propias reglas a la hora del vestir parece ser una sombra que difícilmente se corrige de una generación a otra. Aunque todas concuerdan que ha habido avances en el tema, la uniformización de las mujeres según su sector parece ser la regla.
Sin embargo, este tema que tantas veces he escuchado en mi vida (Que las shilenas somos super fomes para vestir…yada yada yada) tiene menos que ver con la nacionalidad y con la cultura propia de lo que creemos (o sea que no somos originales ni siquiera para eso). El mecanismo de uniformarnos es tan propio del ser humano como la necesidad de comer y respirar, y es parte de la experiencia colectiva que llamamos sociedad. El ser humano es un ser intrínsicamente mimético, y en ésto parece haber tanto factores biológicos como sociales, que por supuesto tiñen nuestra forma de vestir. Basta con darnos cuenta como a través de la vida, a los niños se les enseña que ciertas prendas, colores y formas son para mujeres y ciertas prendas colores y formas, para hombres. Desde ahí, nunca paramos de preguntarnos si nuestra ropa “es adecuada”,“apropiada” para nuestra situación particular, incluso aquellos que no se pueden llamar a si mismos fashionistas.
Sin embargo, una vez que aceptamos como natural nuestra tendencia a la uniformización, es interesantísimo darnos cuenta como y porqué suceden los momentos en que nos vestimos para distinguirnos. Quizás el primero de los intentos concientes por diferenciarnos de la mayoría son los torpes primeros looks preadolescentes, en los que los niños tratan de distanciarse de la imagen de ellos mismos como prolongaciones de sus padres y comienzan un alejamiento hacia sitios más “extraños” (aunque ese extraño signifique una mezcolanza no muy estética). Éste momento es clave, principalmente porque es una dualidad de las más interesantes que vemos en este sentido. El adolescente (o pre adolescente, whatever) se viste para distinguirse de sus mayores, pero sin duda lo hará también para acercarse a otro grupo de adolescentes con los que quiere mimetizarse. Primer ejemplo del vestir para ser distinto (de tus padres)/ Vestir para ser igual (que tus pares).
Otro momento mágico en donde se da ésta dualidad, de forma quizás un poco menos obvia, es entre las mujeres jóvenes, Quizás el grupo más influenciable por la moda y las tendencias, pero que sin duda, cuenta con un “faro” mucho más claro: Su grupo de amigas. Es cosa de ver éstos grupos en las calles, universidades, bares, etc. Aunque no podamos definir a un grupo de chicas como una “tribu urbana” será fácil identificar el estilo de ellas. Aunque su fisonomía y rasgos sean opuestos, lo más probable es que usen prendas muy similares o dentro de un rango específico. Sin embargo, acá lo más sutil pero presente, es como se diferencian dentro del grupo. Siempre hay una que será más sexy, o más segura, o más tímida, mejor informada o con mayores recursos, pero detalles sutiles la diferenciarán del resto. Segundo ejemplo del vestir para ser igual (ser parte de tu grupo de amigas)/ Vestir para ser distinta (que lata ser 100% igual).
Vamos a otro ejemplo diametralmente distinto. Aquellos que se preocupan de “salir del uniforme”, también caen, invariablemente, en un nuevo uniforme. Quizás más selecto, más elaborado, más específico o visualmente más interesante, puede ser, pero también, la experiencia del vestido partirá de referencias previas y de, al menos, algún grado de mimetismo. ¿Que es Lady Gaga, si no, una remixeada moderna de elementos pop Madonnescos y un montón de recursos de Drag Queen del underground llevados al extremo? ¿Hay algo nuevo en ella que no se haya visto antes en alguna disco gay en plena movida madrileña?
Basta con mirar a nuestro alrededor para darnos cuenta de miles de ejemplos de cómo, permanentemente, todos nos movemos en esa cornisa poco definida del pertenecer y del distinguirse levemente. Por eso les propongo que en vez de tener una mirada superficial y prejuiciosa ante una masa gris de hombres terneados, es mucho más divertido ver cómo todos usamos una u otra cosa para distinguirnos. Porque al final de todo, quien puede lanzar la primera piedra y decir “yo no me uniformo”. Salta pal lado.