Siempre me ha caido bien Lily Allen. Incluso la fui a ver a un semi vacio Arena Santiago, en el que vimos a la Lily Allen pre-Chanel, una post adolescente que entraba con un Marlboro light en una mano, una cerveza en la otra y mucha actitud, aunque no era precisamente elegante.
La metamorfosis de Lily, de la mano del Kaiser Karl Lagerfeld- quien la eligió como cara de sus bolsos Cocoon en septiembre de este año- ha sido coronada con una editorial impresionante fotografiada por el mismísimo Karl en la edición de diciembre de Elle Rusia. En ella, vemos a una Lily Allen totalmente congruente con la imagen de la mujer Chanel, mucho más madura y muy, pero muy lejana a la chica divertida-pero-escandalosa que cantaba Smile, que usaba zapatillas gigantes con vestidos de noche (un look del que nunca fui muy fan, si me preguntan) y que le gusta mostrar pezones de vez en cuando. Este proceso no ha estado exento de errores, de hecho, muchas veces Lily es ridiculizada y criticada por periodistas de moda que le tiran frases lapidarias como “aunque la mona se vista de seda…”, y pesadeces del estilo. Muchos no le perdonan a Karl Lagerfeld que haya cedido ante el carisma (inexistente, para algunos) de una joven cantante que hace no mucho se mostraba como una versión inglesa de las party girl de Hollywood, imagen que poco tiene que ver con la mujer Chanel al que estamos acostumbrados, si pensamos que otros “rostros” actuales de la marca son actrices como Audrey Tatou y Keira Knightley.
Sin embargo, y aunque muchas veces yo coincido con los críticos, también me pongo a pensar: ¿No seria mucho más simple para Chanel ligarse con una modelo estilizada y con aires aristocráticos? Seguro que si, y en eso radica el aporte que hace Karl Lagerfeld al tapiz de la moda actual al convertir a Lily en esta especie de ícono de la moda forzado. Nos guste o no su música, Lily Allen es mucho más cercano a una mujer “real” que una modelo o una actriz hermosísimas. Que conozcamos detalles de su vida íntima la acerca al público, aunque, claramente, si ésta fuera su única gracia, la estrategia sería mucho más peligrosa para la reputación de la casa francesa.
Pero todo tiene precedentes en esta vida. Hace poco, leí que Luchino Viscontti le encargó a Coco Chanel el makeover de una por entonces desconocida actriz austríaca llamada Romy Schneider. Con la magia Chanel, Schneider se transformó de una “alemana sobrealimentada” (como ella misma se definía) en una Parisienne de tomo y lomo: Sofisticada, elegante y bellísima sin grandes estridencias. Eso mismo parece estar pasando con la londinense de 24 años, en una transformación que, eso si, aún esta en proceso.
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