Alaïa y Leger: los reyes de las curvas

Alaïa y Leger: los reyes de las curvas

Si tenemos que elegir diseñadores cuyo sinónimo es sensualidad y glamour, seguramente Azzedine Alaïa estaría a la cabeza de la lista. Muchos hemos escuchado en películas o en la prensa el nombre de este diseñador de Tunez, que desde que apareciera en los ’80 se convirtiera en una firma de culto con mujeres buscando sus prendas en todas las tiendas vintage. Naomi Campbell fue su musa desde que comenzó en el modelaje, Grace Jones, Victoria Beckham y Carine Roitfeld sus admiradoras incondicionales, y aun cuando hasta Michelle Obama usa sus vestidos para ocasiones oficiales, Alaïa es el precursor del culto al cuerpo con trajes muy ajustados y minifaldas provocativas.

Herve Leger por su parte, introdujo y popularizó el traje ultra ajustado, ese que se compone de lycra o materiales especiales para realzar la figura y mostrar atributos. Mientras Alaïa tenía a Naomi, Leger tenía a Cindy Crawford, los brillos en telas ajustadas y el vestido de un solo hombro mucho antes que Balmain. Hoy es el favorito de actrices y famosas que quieren llamar la atención en la alfombra roja, y continuó trazando el camino iniciado por Alaïa en cuanto a celebrar la sensualidad femenina. Hoy en día, la marca sigue reinando pero de manos del diseñador Max Azria, que en versiones menos glamorosas que las originales se basa en fuertes colores y vestidos ajustados para vender la antigua marca, que al igual que Alaïa es siempre buscada en las tiendas de ropa ochentera.

Muchos acusan a la marca Leger de haber basado su imperio en copiar los diseños o estilo de Alaïa, quien alguna vez incluso vistió a la Garbo. Y muchos coinciden en que ambos nombres mantienen en vigencia el mostrar las curvas femeninas. Pero sin lugar a dudas, Alaïa trasciende aun más la moda y ya hace rato forma parte del inventario pop: sino pregúntenle a Cher (Alicia Silverstone) que se preocupó más de su vestido de Azzedine Alaïa que del resto de sus cosas cuando un ladrón la asaltaba en la película Clueless de 1998. Eso sí que es ser de culto.

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