Segunda mitad S. XIX – La primera lencería: el Corsé

Segunda mitad S. XIX – La primera lencería: el Corsé

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El proceso de modernización en la industria generó la abundante confección de vestuario. Este fenómeno más las estrictas etiquetas sociales en relación al atuendo, produjeron el CAMBIO DIARIO Y VARIAS VECES AL DÍA, aspectos inusuales para la época y mencionados en el artículo anterior (se determinaron vestidos específicos para mañana, tarde, visita, noche, baile, cena, casa, etc.). Ante aquello, se crearon numerosas prendas de ropa interior para cada cambio y/o situación:

– Calzas largas o calzones y camisolas;

– Enaguas, faldas usadas como ropa interior sobre la ropa íntima;

– Corsés, prenda interior para ceñir el cuerpo desde el busto hasta las caderas;

– Miriñaques, que consistían en una estructura ligera con aros de metal que mantenía abiertas las faldas, sin necesidad de utilizar para ello las múltiples capas de las enaguas que había sido el método utilizado hasta entonces;

– Polisones, armazones utilizadas bajo la falda para abultar los vestidos por detrás.

Las tres últimas fueron posible gracias a los notables avances logrados en el acero, que permitieron la aparición del alambre en variados espesores.

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Cabe destacar además, que durante el siglo XIX la ropa interior dejó de cumplir solo el rol de abrigo y garantizar la higiene personal y PASÓ A TENER UN CARÁCTER ESTÉTICO: por esta razón es que en este momento, el mercado de la lencería empieza a desarrollarse. La ropa interior femenina comienza a aparecer con detalles de encaje, transparencias, pliegues, cintas y perlas; aquí es donde adquiere sentido la frase estipulada por Montaigne a mediados del siglo XVI “hay ciertas cosas que sólo ocultamos para mostrarlas”, refiriéndose a la ropa interior y el acto del desvestirse. La prenda más importante fue el Corsé, pues se concebía la figura perfecta solo a través de la existencia de la cintura estrecha y el busto abultado. La palabra se tomó del francés “Corset”, derivado de “Corps” que significa “Cuerpo”. El corsé como se conoce hoy en día fue inventado en España a fines del siglo XIII y llevado a Inglaterra por Catalina de Aragón, pero su uso masificado fue desde 1830, donde se realizaban a medida para una única persona y su uso se extendió a todas las clases sociales. La materialidad de estos era en base a mallas de algodón, raso de seda y rafia y en cuanto a la estructura, ésta estaba constituida por aros de alambre y tiras de lino, las cuales se ataban fuertemente en la espalda, por lo cual era necesario la ayuda de un otro en su colocación.

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En cuanto al uso de la prenda, esta causaba problemas a las señoras de la época pues se desmayaban con frecuencia. La pérdida de conciencia tenía una explicación médica; el diafragma (músculo regulador de la respiración) apretado, comprimido, limitado y compungido no podía realizar su función, ya que no tenía espacio para inhalaciones profundas. Los médicos protestaban contra el uso del corsé, alegando que la prenda apretaba las visceras abdominales por encima del útero interfiriendo los flujos menstruales, sobre todo en las mujeres jóvenes; y provocaba, tanto en las jóvenes como en las adultas, problemas uterinos que volvían más comunes los abortos y los daños fetales. Efectos secundarios que esta practica traía anexa fueron daños de diferentes grados en la columna vertebral y la mala alimentación, pues al presionar el estómago constantemente, generaba que las mujeres perdieran paulatinamente el apetito y con el tiempo la carencia obligada de ingerir alimento pasó a ser norma con el uso de esta prenda. Por todo esto, a principios del Siglo XX, el diseño del corsé fue modificado para hacerlo más llevadero y menos nocivo para la salud.

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