Debo confesar que desde que vivo en París, mi clóset ha sufrido una transformación radical en cuanto a colores y formas. Ya no hay rastro de tonalidades vibrantes e intensas; estas fueron arrasadas por los grises, marrones y negros, que se encarnan en prendas de corte más clásico y atemporal. Poco a poco, esta “nueva identidad” fue mezclándose sigilosamente a través de mi ropa, lo que me llevó a una especie de renovación personal.Al migrar a otro país —en especial a las grandes capitales de la moda—, la ropa se convierte en una herramienta cercana y poderosa para acortar la brecha cultural. ¿Recuerdan ese viral de TikTok donde varios se comparaban tras una semana en Berlín y luego de dos meses, mostrando el cambio en su imagen personal una vez instaladas en otro país? No se trata solo de un “fashion emergency” más, sino de algo más profundo, relacionado con el deseo de formar parte de una nueva cultura e impregnarse de ella, ya sea de forma consciente o inconsciente.