La Belleza del Momento: Segunda Parte

La Belleza del Momento: Segunda Parte

(Continuando el primer artículo) Como casi todas las mujeres occidentales, he sentido mi vida entera que tengo que ser bella. Al menos lo más posible dentro de lo que se pueda. Pero ¿qué diablos significa ser bonita? ¿Quién establece quién lo es y quién no? – Continuación de La belleza del Momento.

It has been said that beauty is a passport — but it’s not, it’s a visa, and sooner or later it will run out.

 – Julie Burchill

Belleza y edad: “Old is the new young”

Estas últimas temporadas se ha venido produciendo un fenómeno, quizás poco significativo en los números, pero muy importante en el fondo: El descubrimiento de la mujer mayor de 40 años. Así es, recién ahora, las marcas dejaron de pensar en las mujeres adultas como madres y empezaron a fijarse en ellas como sujetos que pueden ser cara de las más lujosas marcas del mundo, sin perder en el proceso ni un ápice de glamour. Al contrario, han acercado a las marcas a su público real, hablándole a las posibles consumidoras desde otro punto de vista, más sincero, y generando un aura de satisfacción con la vida, elegancia y sofisticación que nadie le puede pedir a una chica que acaba de terminar el colegio.

Esta tendencia ha tenido en los últimos meses unos cuantos puntos altos, como el regreso de varias supermodelos de otras épocas a las pasarelas internacionales –Veruschka, de 71 años, para Giles Deacon; Iness de la Fressange, de 53, para Chanel; y Lauren Hutton, de 60, para Tom Ford- y, además, puso los ojos del mundo en una situación: La conciencia de que una mujer madura no está dispuesta a rendirse frente a la arremetida de la muerte sexual y social a la que estaban relegadas hace algunos años.

Nuevamente, nos encontramos aquí con un cambio de paradigma social que se da primariamente por su sentido comercial adjunto: La publicidad de moda de lujo y belleza de alto nivel no está enfocada para públicos menores de 30.

Belleza y diversidad: Los monstruos bellos

Ya lo dice Umberto Eco en su Historia de la belleza: “Todas las culturas, además de una concepción propia de lo bello, han tenido siempre una idea propia de lo feo (…) Según distintas teorías estéticas, desde la Antigüedad hasta la Edad Media, lo feo es una antítesis de lo bello, una carencia de armonía que viola las reglas de proporción, que sustrae al ser lo que por naturaleza debería tener”.

Aunque nuestro ideal de belleza se encuentra en un período que combina ideas de diversidad racial con estándares cada vez más estrechos para cumplir, una tendencia empezó a originarse desde las culturas del underground en los 70 y 80 para institucionalizarse por completo en los 90: La belleza alternativa que no hace caso de los mandatos establecidos por la cultura mainstream y que combina una idea de proporción y armonía rota por elementos externos, como una fina y bella obra de arte con un rayado de graffiti encima. Estos elementos alcanzaron su mayor popularidad durante los 90 en forma de piercings, tatuajes, escarificaciones y modificaciones corporales varias que, por un momento, nos convencieron a todos de que este nuevo ideal de belleza, diverso y rupturista, sería el futuro.

La cultura alternativa de los 90 se sometió a la masificación, eventualmente, y terminó integrándose totalmente al sistema hegemónico de la belleza. Sin embargo, el nuevo siglo llegó con nuevas ideas acerca de los monstruos, los oprimidos, los distintos.

Lady Gaga, en una movida de cuya sinceridad no estoy 100% segura, ha sabido concentrar en ella muchas de esas antiguas concepciones de la belleza de los monstruos. Ella misma es en sí un experimento de los límites entre lo bello y lo feo que es capaz de tolerar la sociedad, con un guardarropa que combina el disfraz extremo con un verdadero amor por la moda, el teatro y el espectáculo. El valor de esta artista quizás no pasa por ser una cantante y bailarina excepcional, (no estoy tan enterada de su obra), sino en que ha sabido decirle a la generación de internet que no es necesario ser tal cual les piden que sean, en un mensaje que no por repetido pierde fuerza e interés. La Mother Monster, vestida con tacos de 25 centímetros, es hoy nuestra representación bella de los monstruos, y sus videos, sexuales y llenos de referencias a la religión, a orgías y escenas propias de El jardín de las delicias (tal como lo hiciera otra chiquilla italoamericana 20 años atrás) la convierten en nuestra versión contemporánea de El Bosco.

Belleza, peso y tallas: La dictadura de la talla cero

Hay una aseveración que me molesta profundamente, pero que no por eso deja de ser cierta: La mujer actual siente que necesariamente debe ser delgada para ser bella. Es una condición sine qua non. Si no eres extremadamente delgado, anda olvidándote de pertenecer al grupo de la gente linda o al menos de los que sienten que pueden sacar provecho, mínimo que sea, de su look.

La fiebre de la talla cero ha ido trasladándose y originando mucha información desde los 90 en adelante. Tuvo muchos antecedentes en la antigüedad, es cierto (los 40 kilos de Twiggy, por ejemplo), pero podemos afirmar con cierta cuota de certeza que esta ola de fiebre flaca, la nuestra, se origina en un punto de inflexión que originalmente tenía más que ver con la diversidad y la búsqueda de algo distinto, que con un nuevo yugo.

Cuando en 1989, una frágil adolescente de un barrio obrero de Londres llamada Katherine Ann Moss fue descubierta por una scoutter de modelos en un aeropuerto, era una excepción que se presentaba como una opción de vanguardia que venía a derrocar la belleza neumática e inalcanzable de las supermodelos. De las glamorosas amazonas de piernas kilométricas, curvas pronunciadas perfectas y bustos prominentes, una adolescente de 45 kilos y menos de un metro setenta de estatura parecía mucho más real. Sin embargo, no sabíamos qué iba a pasar en los siguientes 15 años.

La dictadura de la talla cero, como la comenzaron a llamar los medios angloparlantes, puede haberse iniciado de forma masiva con la fama de Moss y el heroin chic. Mujeres a dieta han existido siempre, pero ahora hordas de chicas cortaban todo tipo de alimentos de forma perpetua. Comenzó la dieta global femenina, al mismo tiempo que el mundo engordaba. Y, quizás por eso, aparecieron las celebridades scary skinny, quienes dieron a la anorexia, a la guerra a los carbohidratos, a las piernas como palillos y a la neurosis colectiva una cuota de sofisticación.

La triste realidad que muestran los medios es que para aspirar a ser digno de amor, respeto y envidia (sobre todo ésta) de parte de tus pares femeninas debes llevar una huelga de hambre permanente, que recuerde a la gente que el rigor y la disciplina que desplegamos en la búsqueda de la perfección nos transforma en seres superiores, como si un número en nuestras etiquetas nos asegurara una vida mejor.

Obviamente han salido, desde hace varios años, voces disonantes que pretenden erradicar esta verdadera locura global. Desde los grupos de familiares de víctimas de la anorexia que tratan de hacer que se prohíban las modelos extremadamente delgadas en los desfiles y fotos, hasta marcas orientadas a la mujer que tratan de descolgarse del ideal anoréxico y acercarse más a la mujer real. Y aunque todos estos intentos sean nobles o tengan una intención comercial detrás, pienso sinceramente que serán finalmente inútiles, hasta que las personas normales, no las compañías, se den cuenta de que la clave de todo el asunto es quitarle poder a la delgadez. En el momento en que no nos importa más quién es delgado y quién es gordo, cuántos kilos hay que bajar para el verano, cuál es nuestra talla y cuál era hace cinco años, etcétera, el tema pierde importancia.

Algunas Conclusiones:

Haciendo el recuento de algunos de los temas que definen nuestra relación con la belleza hoy, no cabe duda que nos encontramos en un momento complejo, en que muchas de nuestras preocupaciones como sociedad están ocupadas en temas que antes podían parecer vacuos o menos importantes. Nuestra adoración a la imagen está jugando con nuestra mente, y hay alguien (o más de alguno) allá afuera sacando cada vez más provecho de ésta situación.

Y con esta frase no estoy llamando a que no nos preocupemos más de nosotros mismos. Ser capaces de controlar nuestra imagen y lo que proyectamos en los demás es una satisfacción que de la que nadie puede dudar o acusar de ilegítima. Lo que propongo, más que nada, es que juguemos el juego con responsabilidad y un poco de altura de miras. Nada de lo que podamos decir en pro de la belleza la hará un concepto más real, más sustentable en el tiempo, más decidor de nuestra felicidad final.

Se suele decir que la belleza es un pasaporte. No lo es, es una visa, que eventualmente, siempre, expirará.

Asi que, al fin y al cabo, ¿Para que hacernos tanto problema?

Ilustraciones: Angello García Bassi

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